viernes, 8 de marzo de 2013

All that Heaven Allows (Sólo el cielo lo sabe) - (1955) - (Director: Douglas Sirk)



TÍTULO ORIGINAL: All that Heaven Allows

AÑO: 1955

DURACIÓN: 89 min.

PAÍS: EE.UU.

DIRECTOR: Douglas Sirk.

GUIÓN: Peg Fenwick (Historia: Edna L. Lee, Harry Lee).

MÚSICA: Frank Skinner.

FOTOGRAFÍA: Russell Metty.

REPARTO:

Jane Wyman, Rock Hudson, Agnes Moorehead, Conrad Nagel, Leigh Snowden, William Reynolds, Charles Drake, Virginia Grey, Gloria Talbott .

SINOPSIS:

Una viuda de buena familia inicia un romance con su apuesto jardinero. A pesar de pertenecer a dos mundos completamente diferentes deciden casarse, pero su amor se encuentra con el rechazo de los hijos de la mujer y de su círculo social.

Si hay un nombre que representa la quintaesencia del melodrama como género, ese es, sin duda Douglas Sirk y como muestra, esta historia de amor amenazado por las convenciones sociales.

COMENTARIOS:

Grandes pasiones, sentimientos desenfrenados, amores al galope desbocado; son los elementos que constituyen el eje vertebrador de ese género que se da en llamar melodrama, y del que Hollywood siempre ha contado con excelentes artífices (no todos y no siempre, evidentemente). Y, entre ellos, como referente señero, Douglas Sirk, al que el tópico, y esa tendencia desaforada a poner etiquetas que a todos nos llega a aquejar en un momento dado, viene a señalar como el maestro de maestros, y principal cultivador.


Como suele ser habitual, no le falta su pizca de razón al tópico, y, ciertamente, Douglas Sirk cultivó el género con fecundidad y delectación, además de con magníficos resultados en muchos de sus films. Pero no siempre ese melodrama rezuma melaza dulzona por todos sus poros, ciñéndose exclusivamente a la materia que constituye su seña de identidad, sino que, a veces, también da cabida a matices más sutiles, a aspectos más ponderados, o a elementos formales más sofisticados: ése es el caso de Sólo el cielo lo sabe, una película que, sin llegar a alcanzar el grado de obra magistral, sí que constituye un ejemplo bastante estimable de ese fértil género y una muestra significativa de los talentos de su autor.


Pronto surgirán las dificultades, que se abren en dos frentes diferenciados. Por un lado, está el entorno social, ese estrecho mundillo de ricachones provincianos y cotillas que, en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, envuelve a Cary –una viuda, no lo olvidemos, de posición económica enormemente acomodada, gracias a la fortuna familiar- y la hará objeto de sus dardos envenenados, con una mezcla malsana de envidia mal disimulada y prejuicios rancios (que Douglas Sirk retrata en pinceladas vigorosas, bastante esquemáticas –a veces-, pero bastante precisas, y sobre el que, especialmente, acentúa su caracterización somentiéndolo al contraste con el entorno social de Ron: gente llana, sencilla y asequible –en un retrato también bastante simplificado, pero muy revelador-). Esta oposición, que se pone de manifiesto en toda su crudeza en la secuencia en que Cary y Ron asisten a la fiesta que organiza su amiga Anne, no supone ningún obstáculo insalvable: puede más el amor que la convención.


Cuando se entra en un mundo de controversias conviene hacerlo despacio. No dejarse llevar por animosidad propia y ajena ni por los "peros" y los prejuicios cercanos cercenadores. El mundo del amor no tiene límites ni los reconoce (es el mensaje de la película) y escapa escaleras arriba, o escaleras abajo, al infierno; o lo lleva la nieve que trae la nostalgia, o se vuelve primavera donde el sol pone un manto de colores a todas las cosas. Esa forma de amor que aún persiste en nuestros días se sueña, pese a re-descubrirlo en unos ojos a cada encuentro, se vuelve hipocresía o interés (para la chusma del pueblo) en parte de la película.

El amor que ella misma acosada abandona, la deja sola, y sus hijos mayores egoístas, la martirizan sin darle libertad.

Esta obra nos quiere decir que el amor no termina nunca y está en nosotros para darlo y recibirlo pase a las diferencias de edad, posición social, o de dinero como en el caso de la pareja principal con una convincente Jane Wyman viuda y rica, y un joven Rock Hudson haciendo de un montañés rudo pero de principios.

El peso de este film radica en que las voluntades son creadas a entorno y eso alimenta sensaciones ruines en quienes no dejan vivir a los demás sus vidas. Hoy, en una sociedad mas abierta, sigue habiendo esa parte pacata y se convierte en círculos viciosos de poder que manejan las cosas del querer. Los ricos siguen casándose entre ellos y los pobres merodean los lados oscuros de la ciudad. Estos melodramas que Sirk maneja con maestría desde varios ángulos, con varias señales, con advertencias, con exageraciones para remarcar hechos y caracteres, logra convencer la parte intacta de nuestras almas que no se ha quemado en el infierno de esta vida rutinaria enmarcada en lo repetitivo, y nos lanza con nuestro amor al bosque de las ilusiones por una ventana abierta a las llanuras de la libertad, a encender el fuego del hogar a leña de nuestra soñada y solitaria cabaña...perdida en la montaña.

Que dudas quedan que Douglas Sirk es un gran director. Su puesta en escena es impecable, el color deliciosamente irreal nos remite a una especie de cuento de hadas y de brujas para adultos. Pero lo que quiero destacar es su odio a los hijos -también notable en otro magnífico melodrama Siempre hay un mañana-, hijos castradores, egoístas, mediocres, hasta malvados y pérfidos que arruinan la vida a sus padres. Una visión por cierto nada idílica de lo que puede ser la familia como trampa.


En definitiva, un correcto melodrama, una película que se deja ver agradablemente, y que, si bien no consigue impactar a base de elementos deslumbrantes (de los que carece), sí que nos proporciona una buena muestra del cine de un género y una época que, pasado el tiempo y llegados al punto en que estamos, ya nunca volverá a ser de esa manera.

Tráiler:



Calificación: 4 de 6.

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