TÍTULO ORIGINAL: Io sono Li
AÑO: 2011
DURACIÓN: 96 min.
PAÍS: Italia.
DIRECTOR: Andrea Segre
GUIÓN: Marco Pettenello, Andrea Segre.
MÚSICA: Sara Zavarise.
FOTOGRAFÍA Luca Bigazzi.
REPARTO:
Tao Zhao, Rade Serbedzija, Marco Paolini, Roberto Citran, Giuseppe Battiston
PREMIOS:
2011 Premios David di Donatello: Mejor actriz (Tao Zhao). 4 Nominaciones.
2011: Festival de Sevilla: Premio Eurimages.
2012: Premios del Cine Europeo: Nominada a Mejor música.
SINOPSIS:
Shun Li es una mujer china, que tras trabajar un tiempo en Roma en la industria textil, es "destinada" a un pueblito de pescadores muy próximo a Venecia, para que regente un bar que frecuentan los lugareños. Atada a las mafias chinas que le permitieron emigrar, ahora debe seguir ligada a lo que toque si desea que su hijo de ocho años, que vive con el abuelo en China, pueda reunirse con ella un día: debe esperar la feliz noticia de que se permite viajar al chaval. Gracias a su amabilidad y buen corazón trabará amistad con Bepi, un anciano pescador apodado "el poeta" porque le gusta hacer rimas para divertir a sus amigos; aunque puede que albergue en su interior una auténtica alma de poeta. La relación que se establece entre ellos es una especie de huida poética de la soledad, un diálogo silencioso entre dos culturas distintas, pero no muy distantes. Lo malo es que ni los chinos ni los lugareños ven bien su relación y tratan de obstaculizarla.
COMENTARIOS:
La pequeña Venecia (Shun Li y el poeta) (2011). Otra pequeña joya que pasa por nuestros cines con más pena que gloria, las grandes producciones americanas copan las carteleras, a pesar de la baja calidad en la mayoría de los casos.
La belleza de las historias cotidianas alcanza su auge cuando un relato de apariencia sencilla adquiere significación, cuando se miman cada uno de los detalles que hacen que una vida común adquiera un gran valor emocional.
Este film italiano camina dentro de esa vereda. La película se adentra en las emociones de dos personajes solitarios, luchadores, amantes de la vida, que aunque de países y culturas muy diferentes, desean conocerse y amarse, para apagar el dolor que llevan a cuestas y poder sentir el aprecio de un alma casi gemela que se funde contigo de un modo casi poético en el silencio de la vida. Esta significación adquiere valor en el ambiente tan bien definido de la película, en las miradas, los sonidos, las palabras, en el deseo por medir cada rayo de luz, cada bella imagen de ese mar que se convierte en un personaje más, y que adquiere un valor magistral por esa notable fotografía, que da forma a las imágenes.
Este film italiano camina dentro de esa vereda. La película se adentra en las emociones de dos personajes solitarios, luchadores, amantes de la vida, que aunque de países y culturas muy diferentes, desean conocerse y amarse, para apagar el dolor que llevan a cuestas y poder sentir el aprecio de un alma casi gemela que se funde contigo de un modo casi poético en el silencio de la vida. Esta significación adquiere valor en el ambiente tan bien definido de la película, en las miradas, los sonidos, las palabras, en el deseo por medir cada rayo de luz, cada bella imagen de ese mar que se convierte en un personaje más, y que adquiere un valor magistral por esa notable fotografía, que da forma a las imágenes.
Imágenes llenas de verdad y honestidad que suavemente se deslizan al compás de una cálida partitura, y en las que dos actores realmente honestos, entregan sus emociones al compás del silencio, apagando sus voces y ofreciendo mediante sus miradas todas las emociones.
Muy importante en la película está la parte documental, la que refleja las condiciones de vida, de trabajo, los contratos mafiosos que sufren muchos chinos de los que vemos en cualquier sitio de cualquier pueblo o ciudad de Europa.
¿Qué hace un chino, en este caso una china, en Chioggia, región del Véneto? Pues pagar una deuda, la de su viaje, trabajando en lo que la mafia decide y cobrando lo que le quieran dar y las horas que haga falta, y te preguntas, ¿por qué vendrán si en China se hace todo lo que consumimos?. La respuesta solo puede ser una: porque aquí, a pesar de todo, se vive mejor.
Ambientada en Chioggia, un pequeño pueblo sustentado en parte gracias a su actividad pesquera, La pequeña Venecia nos introduce en una de esas historias sencillas a la par que sensibles donde ese encantador lugar se comporta como un personaje más. Para que así sea, Segre deja estampas que logran encandilar más que por su belleza por lo particular de las mismas, pues Choggia flota, como Venecia, sobre las aguas y de ello se aprovecha el realizador transalpino para juguetear con la romántica idea de una ciudad que convive con las inundaciones como si no existiese mañana.
Shun Li es una mujer china que trabaja en una fábrica textil en las afueras de Roma. Ha dejado a su hijo con su padre en su país y trabaja incansablemente para devolver el dinero que le pide la mafia. Cuando salde su cuenta, le llevarán a su hijo con ella. Un día le dicen que tiene que irse a trabajar a un bar, en un pueblo pesquero en la laguna de Venecia. Es un bar de puerto al que acuden los pescadores de la zona. Entre ellos se encuentra Bepi, al que conocen como ‘el Poeta’. Él es eslavo, pero le ha aceptado esa comunidad, con la que ha convivido treinta años y en la que ha hecho su vida. Sin embargo, el grupo que controla a los trabajadores chinos y los prejuicios de los habitantes del pueblo ponen las cosas difíciles para Shun Li y Bepi, cuando estos comienzan una relación que los demás no ven con buenos ojos. Su vínculo es, en palabras del director, “una escapada poética de la soledad, un diálogo entre dos culturas que, aunque diferentes, no son tan distantes”.
Sorprendentemente, y pese a tener visos para ello, “La pequeña Venecia” no empieza a hacer gala de su componente social hasta bien avanzada la película, y es que aunque nos encontramos ante un retrato que nos habla en parte sobre el funcionamiento de esas mafias, el cineasta italiano prefiere centrar sus esfuerzos en construir esa relación entre Shun Li y Bepi, que terminará siendo el principal motor de una cinta a la que en ese sentido se podría tildar, en parte, de previsible por repetir esquemas y ofrecer soluciones ya vistas pero, sinceramente, sería injusto dado la honestidad y candor de una obra que en todo momento se siente más cerca de lo que cualquier espectador ya acostumbrado a este tipo de cintas podría esperar.
A través de esa relación, se nos habla acerca de las raíces de ambos protagonistas como parte realmente significativa de sus vidas pero, más importante todavía, como nexo entre dos personajes que no se podrían sentir tan próximos el uno del otro de no ser por ese factor. Con ese vínculo afectivo de por medio, que los acerca, se entreteje una amistad donde los orígenes de cada uno entran en escena ya sea a través de diálogos, fotos o una nostalgia que nunca se torna lo suficientemente compasiva como para tomar una senda sensiblera que Segre evita en todo momento.
Aun así, los únicos méritos de “La pequeña Venecia” no quedan tras una historia de comprensión y apoyo, también se encuentran en la descripción de una situación verdaderamente delicada huyendo en todo momento de un planteamiento maniqueo que hubiese enterrado, en buena parte, las posibilidades de una propuesta que incluso hace bien intentando no contextualizar (más allá de los detalles debe obtener el espectador para establecer el pacto ficcional) ni posicionar al espectador; el relato se muestra de este modo cristalino y pocos achaques se le pueden realizar a un film en el que se siente algo que hoy en día los realizadores reivindican en exceso acerca de sus creaciones, pero aquí parece existir sin más: el cariño.
A resumidas cuentas, agradable pequeña obra la que nos regala el director italiano, que además nos aproxima un poco más a un mundo pudoroso y reacio a la mostrarse, siempre interesante por desconocido. Con todo, y a pesar del título, La pequeña Venecia bien vale una bueno ojeada, film que nunca está de más, de dosis exactas medidas para dejar un rastro ligero pero duradero.
El debut en largo de ficción de Andrea Segre es una de esas pequeñas delicias que merece la pena no perderse, tanto por lo cálido de la propuesta, como por distintos aspectos que nos llevan desde el magnífico trabajo de sus actores (entre los que se encuentra, en el rol de Bepi, al internacional Rade Serbedzija) hasta la proximidad de una historia que, pese a poder resultar lejana (ya sea por la no-vivencia de una experiencia de esas características o por los distintos elementos sociales que en él se encuentran, y que estamos más acostumbrados a ver de modo frío y distante —a través de la televisión—), en manos de Segre logra insuflar vida a un celuloide que parece tocado por la varita de un auténtico artesano. Habrá que seguir viendo si le queda grande la etiqueta al italiano, o si en posteriores trabajos da fe de lo demostrado en este.
El debut en largo de ficción de Andrea Segre es una de esas pequeñas delicias que merece la pena no perderse, tanto por lo cálido de la propuesta, como por distintos aspectos que nos llevan desde el magnífico trabajo de sus actores (entre los que se encuentra, en el rol de Bepi, al internacional Rade Serbedzija) hasta la proximidad de una historia que, pese a poder resultar lejana (ya sea por la no-vivencia de una experiencia de esas características o por los distintos elementos sociales que en él se encuentran, y que estamos más acostumbrados a ver de modo frío y distante —a través de la televisión—), en manos de Segre logra insuflar vida a un celuloide que parece tocado por la varita de un auténtico artesano. Habrá que seguir viendo si le queda grande la etiqueta al italiano, o si en posteriores trabajos da fe de lo demostrado en este.
Una obra para sentir y que te dejará atrapado.
Tráiler:
Calificación: 5 de 6.
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