jueves, 29 de noviembre de 2012

The Searchers (Centauros del desierto) - (1956) - (Director: John Ford)



TÍTULO ORIGINAL: The Searchers

AÑO: 1956 

DURACIÓN: 119 min. 

PAÍS: Estados Unidos.

DIRECTOR: John Ford.

GUIÓN: Frank S. Nugent.

MÚSICA: Max Steiner.

FOTOGRAFÍA: Winton C. Hoch.

REPARTO:

John Wayne, Natalie Wood, Jeffrey Hunter, Ward Bond, Vera Miles, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr., Hank Worden, Walter Coy.

SINOPSIS:

Al término de la Guerra de Secesión, Ethan Edwards regresa a la casa de su hermano adoptivo. Éste vive con su esposa, Martha, con la que tiene dos hijas y además, ha adoptado a Martin, un niño medio indio. Ethan odia descaradamente a los indios, por lo que no aguanta al chico. Un día, un tipo llega a la granja, pidiendo ayuda para recuperar unas vacas robadas por los indios. Ethan encabeza una expedición en busca de los ladrones, pero resulta ser una trampa para alejar a los hombres de sus casas. Cuando se da cuenta, es demasiado tarde, los indios han quemado la casa de su hermano, han matado a éste y a su esposa, y se han llevado a las niñas. Con ayuda de Martin, Ethan removerá cielo y tierra para encontrar a sus sobrinas.


COMENTARIO:

El dominio de la técnica cinematográfica de John Ford alcanzó su cumbre con este lírico western, una de las joyas de su filmografía. El personaje central, interpretado por John Wayne, está descrito con tal sutileza que se trata de una de las grandes creaciones del Séptimo Arte. Se trata de un mercenario contradictorio (odia los indios, parece racista, pero sin embargo conoce sus tradiciones), apátrida, sin hogar, supuestamente contrario a integrarse en la sociedad, pero capaz de arriesgar su vida para salvar a sus familiares. El personaje, un rudo pionero de los que hicieron posible el avance de la civilización, parece haberse quedado anticuado, una vez que ha cumplido con su tarea, tema que Ford recuperó en “El hombre que mató a Liberty Balance”, otro de sus grandes films, y que había tratado anteriormente en “La legión invencible”. A partir de un modélico guión de Frank S. Nugent, Ford compuso una obra maestra sobre la necesidad de las relaciones familiares, el sentido de la vida, el deber, el odio, y el choque multicultural.


Si nos entregáramos al inútil juego sobre cual pudo ser el mejor western de los rodados por John Ford, muy probablemente terminaríamos barajando "Pasión de los fuertes", "El hombre que mató a Liberty Balance”" y el que ahora nos ocupa, de seguro el más bello y misterioso de los tres y también el más elíptico y ambiguo por una especie de pudor narrativo que dificulta la penetración en el secreto entrevisto y no revelado de los personajes, de quienes intuimos que "saben" cosas que nosotros nunca llegaremos a averiguar, especialmente ese Ethan Edwards (impresionante John Wayne que apechuga con un personaje tan trágico como su Tom Doniphon de " El hombre que mató a Liberty Balance ") cuya nobleza impide que su amargura estalle, o el ambivalente capitán-reverendo Clayton (Ward Bond) observando en silencio, mientras toma café, a la cuñada de Ethan acariciando evocadoramente su esclavina antes de entregársela (maravilloso y sugerente momento fordiano de intimidad sorprendida).


“Centauros del desierto” contiene a lo largo de su desarrollo momentos de indescriptible intensidad dramática; cierto que hay muchos, pero citemos esa portentosa secuencia con los componentes de la familia de Ethan en su rústico hogar progresivamente inundado por el rojizo último resplandor del crepúsculo, sumidos en una crispada tensión antes del ataque indio, cerrada con una escalofriante elipsis. Siempre he sentido ese momento como una cumbre del cine.

Por otro lado, no quiero terminar sin rendir emocionada referencia a dos aspectos fundamentales. En primer lugar, la sabia utilización del humor en esta película que -además de servir de aliviadero dramático- surge en varios momentos de manera “natural” (el joven teniente recién graduado y su sable, el episodio de la adquirida esposa india de Martin, la estancia de Ethan y Martin en la cantina mexicana, o la pelea en la que se enzarzan los pretendientes de Laurie). Todo formando parte de ese universo que le es tan peculiar.


En segundo lugar, ese tono de velada poesía invadiendo las escenas hogareñas tan queridas del autor de "Rio Grande". El hogar aquí adquiere una particular significación al representar el apacible refugio, el paréntesis acogedor en el prolongado periplo de los buscadores (“los buscadores” es el título original del film) y su calor es algo que se percibe, que se siente. Primero en el hogar del hermano de Ethan al que éste llega tras su larga ausencia en la guerra, y luego, el de los Jorgensen. No olvidemos que la película comienza desde negro con una puerta -la del hogar de los Edwards- que se abre a un exterior luminoso y se clausura con un cierre en negro debido al movimiento inverso de otra puerta equivalente, dejando homéricamente excluido al “centauro” solitario.

John Ford dominaba el "fuera de campo", es decir que era capaz de contar como nadie cosas que no mostraba con imágenes. En “Centauros del desierto” se puede comprobar esta habilidad del maestro, mejor que en ninguna otra de sus películas. Por ejemplo, todo el que haya visto la película, sabrá sobradamente que Martha había mantenido una relación con Ethan, pero los diálogos no hacen referencia a ese asunto. Todo se narra a través de sus miradas.

En una de las mejores secuencias, Ethan persigue a unos indios a un desfiladero, dejando por un momento a sus compañeros. Cuando vuelve junto a ellos está nervioso y no lleva su inseparable capa. No para de clavar su cuchillo en la arena. Le preguntan qué había en el desfiladero y él dice que nada. No hace falta ser muy inteligente para saber qué había encontrado.


Antes de cerrar estos apuntes sin demasiada arquitectura, entregándome finalmente al  tonto juego del principio, me decido a elegir: éste es el mejor, sin duda.

Tráiler:





Calificación: 6 de 6.

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