66ª edición festival de Cannes
El payaso loco sigue riendo
A sus 87 años, Jerry Lewis recibe
los honores de un país que lo idolatra. Presenta ‘Max Rose’, en la que interpreta
a un pianista de jazz viudo
¿No estaba en silla de ruedas?
¿No estaba entre la vida y la muerte? ¿No llevaba sin actuar desde Funny bones,
en 1995, y un capítulo de la serie Ley y orden? Ayer Jerry Lewis, de 87 años,
apareció en carne viva en el Festival de Cannes, y el certamen se postró a sus
pies. Porque si hay algo que les gusta a los franceses por encima de las
baguettes y el vino de Burdeos son las
películas del cómico estadounidense, que ayer, con jersey rojo y camisa
amarilla, convirtió su rueda de prensa —no da entrevistas y ni siquiera se
mostró a los medios Max Rose, su nueva película, en proyección previa a su
comparecencia— en su propio patio de recreo.
A un periodista brasileño le
pidió que no gritara para a continuación espetarle que hablara más alto; cuando
le preguntaron por su relación con Dean Martin, soltó: “Está muerto, ¿lo sabe
usted?”. Y siguió: “Cuando llegué aquí y vi que no estaba, supe que algo iba
mal”. Inquirido sobre mujeres comediantes, defendió que la mujer no está para
provocar la risa en un escenario, y remató: “Mis cómicas favoritas son Cary
Grant… y Burt Reynolds”.
En Max Rose encarna a un pianista
de jazz que cuando enviuda descubre que su matrimonio de 65 años fue una farsa.
“Es el mejor guion que he leído en 40 años”, adujo en serio Lewis, que solo
parece estar aquejado de sordera. “Bueno, y que el director trajo tres millones
de dólares”. Volviendo a la seriedad explicó: “Era un personaje muy distinto al
payaso loco que he encarnado en 60 años, y es una película increíble que dará a
sus espectadores un montón de placer… y nos reunirá a todos en el banco”. Al
comparar experiencias interpretativas anteriores, como El rey de la comedia, sí
propuso una reflexión sobre su cambio actual: “Allí hice de Jerry Lewis, aquí
soy ese músico. Actúo”.
Que Lewis respondiera a alguna
pregunta con algo de criterio fue casi tarea imposible. Soltó discursos largos
rematados con “¿qué habré querido decir?”. ¿Su pasado como director de sus
propios filmes interfiere cuando solo actúa? “Hala, te doy la razón”, y se tapó
la cara. Se puso los cascos de la traducción en la nariz, soltó estentóreas
carcajadas, y solo se calmó en algún momento. ¿Es distinto el humor en según
qué países y culturas? “No hay diferencia en el humor en todo el mundo. El
humor es humor, la risa es la risa. Si haces que el humor sea divertido, la
gente se reirá. Creo que tiene que ver mucho con la ciencia”.
Lewis sigue rodando documentales
en sus rodajes, y fotografiando a quien se cruza —en Cannes porta una inmensa
cámara digital—, porque cree en su legado: “El futuro no es perfecto, pero sí
emocionante. Aún grabo, me encanta la tecnología, y espero que ese material
sirva a mis nietos”. Como muestra de su cuidado profesional, Lewis, que rodó
decenas de películas, centenares de programas de televisión, explicó por qué en
1972 no estrenó The day the clown cried, que filmó en Suecia. “No me gusta
hablar de ella, y espero que se quede allí, en el baúl: era mala. La escribí,
la dirigí y era mala, porque perdí la magia. Y espero que nadie la recupere. El
artista debe tener la posibilidad de tomar esas decisiones. He trabajado mucho,
estoy orgulloso. Cuando miro atrás toda mi carrera, me siento cansado
[CARCAJADAS] y no me levanto del sofá”. Antes de firmar autógrafos, recordó que
la primera película que le hizo reír fue Tiempos modernos y la primera que le
hizo llorar Margarita Gautier, con Robert Taylor y Greta Garbo, “la vi con
nueve años. Nunca la he olvidado. Cuando logras que el espectador llore es que
has obtenido algo muy profundo”. Despedido con gritos de “no tardes 20 años en
volver”, Lewis sonrió: sabe que ha triunfado en la función final.
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