jueves, 30 de agosto de 2012

The English Patient (El paciente Inglés) - (1996) - (Director: Anthony Minghella)



TÍTULO ORIGINAL: The English Patient
AÑO: 1996
DURACIÓN: 162 min.
PAÍS: Sección visual
DIRECTOR: Anthony Minghella.
GUIÓN: Anthony Minghella (Novela: Michael Ondaatje).
MÚSICA: Gabriel Yared.
FOTOGRAFÍA: John Seale.
REPARTO: Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas, Juliette Binoche, Willem Dafoe, Naveen Andrews, Colin Firth, Julian Wadham, Kevin Whately, Clive Merrison, Nino Castelnuovo, Hichem Rostom, Peter Ruhring, Geordie Johnson, Torri Higginson, Jürgen Prochnow.
PREMIOS:
1996: 9 Oscars, incluyendo película, director, actriz reparto (Binoche). 12 Nominaciones.
1996: 2 Globos de Oro: Mejor película: Drama, bso. 7 nominacione.s
1996: 6 premios BAFTA, incluyendo película, fotografía, montaje. 13 nominaciones.
1996: Nominada al Cesar: Mejor película extranjera.
1996: Nominada al Goya: Mejor película europea.
1996: 2 premios National Board of Review: Actrices de reparto (Binoche - Scott Thomas.)
1997: Festival de Berlín: Oso de Plata - Mejor actriz (Juliette Binoche.)

SINOPSIS:
Finales de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Un hombre herido viaja en un convoy sanitario por una carretera de Italia, pero su estado es tan grave que tiene que quedarse en un monasterio deshabitado y semiderruido, donde se encarga de cuidarlo Hana, una enfermera canadiense. Aunque su cuerpo está totalmente quemado a consecuencia de un accidente sufrido en África, tiene todavía ánimo para contarle a Hana la trágica historia de su vida.
Aparentemente amnésico, con el rostro desfigurado, el conde Laszlo de Almassy recuerda su apasionada relación amorosa, en el desierto egipcio, con Katherine Clifton. Ella es la esposa de uno de los hombres que le ayudan a trazar mapas para la Sociedad Geográfica Británica.




COMENTARIOS:
“El paciente inglés” es una de mis películas favoritas, sin duda. Dirigida por el fallecido Anthony Minghella sobre la novela del mismo título de Michel Ondaatje, cuenta la historia de cuatro seres que huyen de sí mismos sin importar adónde, que coinciden en las ruinas de un  viejo monasterio abandonado en la Toscana durante la segunda guerra mundial. Es una película que habla sobre la vida, sobre el amor y sobre la muerte, y lo hace sin trucos, rodeos ni ambages, porque no se puede hablar de verdad de esos temas sin hacerlo cara a cara, frente a frente. Es tanta la poesía, la belleza, el amor y la pasión que hay en “El paciente inglés” que hace que sea una película que merezca ser vista no una sino diez veces o más. Son tantos los detalles, tanta la sensibilidad… es una de esas contadas películas que te fascina desde el primer fotograma y que jamás olvidas.






En ese monasterio abandonado se refugia una enfermera (una Juliette Binoche brillante, como siempre, que ganó el Oscar por esta interpretación) atormentada por la terrible sensación de destruir todo lo que ama, de que todos a los que ama, involuntaria pero irremediablemente, son conducidos a la muerte. Se ha refugiado allí para atender los últimos días de vida de un extraño ser  sin rostro, sin nombre y sin pasado, con el cuerpo totalmente quemado, que es el paciente que da título a la película.


Un Ralph Fiennes soberbio da vida a ese personaje que, en realidad, no es otro que el Conde Laszlo Almasy, un personaje basado en la vida real del propio Almasy, un aventurero húngaro que exploró los desiertos del norte de África durante la primera mitad del siglo XX. Caravaggio, un vagabundo que llega poco después al monasterio, encarnado por un Willem Dafoe en estado de gracia, cree tener cuentas pendientes con ese paciente quemado al que no puede reconocer físicamente, pero que está convencido de que es el traidor por cuya culpa le torturaron los alemanes amputándole los dos pulgares. Y finalmente Kip, un artificiero sij, interpretado por Naaven Andrews al que todos hemos visto después en Lost, llega también al monasterio para desactivar las minas que los alemanes han dejado en su desesperada huída. A través del diario del paciente iremos viendo y viviendo mediante una serie de flash-backs impresionantes, la apasionada historia de amor clandestino que el Conde Almasy vivió con Katherine Clifton, la mujer de otro explorador inglés, también miembro del equipo con el que trabajan en el desierto.  Es Kristin Scott Thomas quien da vida a esa maravillosa Katherine con la que todos hemos soñado alguna vez.





La química en la pantalla entre Ralph Fiennes y Kristin Scott Thomas es explosiva. Bajo el aparente cuidado de las formas de Almasy vemos como progresivamente sus esfuerzos por negar la realidad de su amor y controlar la situación están abocados, irremisiblemente, al fracaso. La sensualidad y el erotismo de Katherine desbordan la pantalla. En todos los planos de Kristin Scott Thomas podemos ver cómo la pasión arde en su interior. Pocas actrices como ella para transmitir esas sensaciones con tanta intensidad. Mujer de mirada melancólica y soñadora, de una belleza sin límite que, tras una aparente frialdad, deja traslucir la mayor sensualidad y pasión.





No deja de ser curioso que, quizá porque en la novela esa historia de amor no es el eje principal, sino que lo es la que mantienen la enfermera y el artificiero sij, el propio Minghella no fuese consciente, mientras rodaba la película (tras haber estado trabajando cuatro años en el guión con el propio Ondaatje), de la inolvidable historia de amor que estaba creando: “Me sorprende la atención del público sobre la historia de amor, porque yo no era tan consciente de ello cuando hacía la película. Si me hubiera entrevistado durante el rodaje habría hablado de Hana, la enfermera, de la guerra, del internacionalismo, de una historia de espionaje. En un principio no era tan consciente  del influjo de esa relación de amor sobre el conjunto de la película, ni de que su carga erótica llegaría de forma tan directa a la gente. Creo en la idea de que el corazón es un horno de fuego, y la película nos recuerda que, a veces, en nombre del amor nos volvemos ciegos, sordos, estúpidos, traidores, inmorales, y con esto no quiero decir que eso esté mal o bien. No hay juicio en la película sino descripción de motivos. Algunos críticos han sugerido que yo asumía un comportamiento determinado, y no es así. Como director no juzgo, porque creo que si se hace así la audiencia se vuelve pasiva. Almasy no es un héroe. Una de las imágenes que tengo de él procede de Dante, porque durante todo el metraje se está quemando. Esa es su sentencia, arder por fuera y también interiormente a causa de la culpa, la pérdida del amor y la terrible ironía de las situaciones de la guerra. Para mí es muy humano. Una de las cosas que he tratado de contar en la película es que la gente, en la guerra, desconoce las consecuencias de sus actos. Y también he intentado reflejar el daño que la gente hace en nombre del amor, a sí mismos y a otros, ya que hay muchos que ingenuamente piensan en el amor únicamente como bendición, nunca como maldición. Y en el amor coexisten los dos rasgos.”





Puede que Minghella tenga razón, pero yo prefiero quedarme en el campo de esos ingenuos de los que habla y que sueñan con poder vivir una historia de amor como esta o como la de Lara y Zhivago, historias que, más allá del dolor, dan sentido a una vida. Decididamente prefiero ser un ingenuo sin remedio. No me gustan las historias de amores cuerdos y sensatos, de amores sin pasión ni locura. Esas historias no van a ningún sitio, no nos transforman, no nos dan vida, ni nos hacen sentir vivos y, como dice el gran Silvio Rodríguez, son historias a las que ni el recuerdo puede salvar…


Y si todos los actores están realmente fantásticos, la producción de Saul Zaentz es magnífica y la dirección de Minghella solo cabe calificarse de excepcional. Tiene una forma muy personal de contarnos la historia. Desde el primer fotograma te das cuenta de que él ama esta película y que tú también la vas a amar. La conexión que establece entre la historia y el espectador es impresionante. A lo largo de la cinta vamos viendo como todos los personajes, en un momento u otro, viven sensaciones tremendamente intensas que nosotros, desde nuestra butaca, también vivimos con la máxima intensidad. Nos identificamos con lo que sienten, con lo que piensan y con lo que hacen, porque en escena solo vemos verdad.




Otro de los grandes aciertos de Minghella  fue el de trabajar desde la misma confección del guión con Michael Ondaatje, el autor de la novela, consiguiendo que en pantalla podamos ver todo lo que está escrito e insinuado en el libro. Ondaatje hizo muy buenas migas en el rodaje con Walter Murch, el montador de la película, Fruto de esa amistad ha aparecido años después un libro de conversaciones sobre cine entre ellos que es de los imprescindibles: El arte del montaje. La fotografía de John Seale es sencillamente magnífica, de las mejores que he visto en mi vida. La escenografía, el vestuario, todo gira en una noria perfectamente engrasada que nos lleva a ese universo de sensaciones y pasiones donde todo puede, todo nos puede, pasar. 


Debo decir también que aún no puedo comprender a quienes hablan de películas largas o tediosas, poniendo esta como ejemplo. Yo he visto películas largas y tediosas, porque las dos horas y pico de duración no tienen estructura donde sujetarse con suficiente fuerza, entonces el tiempo se convierte en un suplicio. Pero no es el caso de "El paciente inglés". Su acorde es justo y tiembla como una cuerda bien afinada. Hermosa como pocas.




Tráiler:



Calificación: 6 de 6.


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