TÍTULO ORIGINAL: The English Patient
AÑO: 1996
DURACIÓN: 162 min.
PAÍS: Sección visual
DIRECTOR: Anthony Minghella.
GUIÓN: Anthony Minghella (Novela: Michael Ondaatje).
MÚSICA: Gabriel Yared.
FOTOGRAFÍA: John Seale.
REPARTO: Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas, Juliette Binoche, Willem Dafoe, Naveen Andrews, Colin Firth, Julian Wadham, Kevin Whately, Clive Merrison, Nino Castelnuovo, Hichem Rostom, Peter Ruhring, Geordie Johnson, Torri Higginson, Jürgen Prochnow.
PREMIOS:
1996: 9 Oscars, incluyendo película, director, actriz reparto (Binoche). 12 Nominaciones.
1996: 2 Globos de Oro: Mejor película: Drama, bso. 7 nominacione.s
1996: 6 premios BAFTA, incluyendo película, fotografía, montaje. 13 nominaciones.
1996: Nominada al Cesar: Mejor película extranjera.
1996: Nominada al Goya: Mejor película europea.
1996: 2 premios National Board of Review: Actrices de reparto (Binoche - Scott Thomas.)
1997: Festival de Berlín: Oso de Plata - Mejor actriz (Juliette Binoche.)
SINOPSIS:
Finales de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Un hombre herido viaja en un convoy sanitario por una carretera de Italia, pero su estado es tan grave que tiene que quedarse en un monasterio deshabitado y semiderruido, donde se encarga de cuidarlo Hana, una enfermera canadiense. Aunque su cuerpo está totalmente quemado a consecuencia de un accidente sufrido en África, tiene todavía ánimo para contarle a Hana la trágica historia de su vida.
Aparentemente amnésico, con el rostro desfigurado, el conde Laszlo de Almassy recuerda su apasionada relación amorosa, en el desierto egipcio, con Katherine Clifton. Ella es la esposa de uno de los hombres que le ayudan a trazar mapas para la Sociedad Geográfica Británica.
COMENTARIOS:
“El
paciente inglés” es una de mis películas favoritas, sin duda. Dirigida por el
fallecido Anthony Minghella sobre la novela del mismo título de Michel
Ondaatje, cuenta la historia de cuatro seres que huyen de sí mismos sin
importar adónde, que coinciden en las ruinas de un viejo monasterio abandonado en la Toscana
durante la segunda guerra mundial. Es una película que habla sobre la vida,
sobre el amor y sobre la muerte, y lo hace sin trucos, rodeos ni ambages, porque
no se puede hablar de verdad de esos temas sin hacerlo cara a cara, frente a
frente. Es tanta la poesía, la belleza, el amor y la pasión que hay en “El
paciente inglés” que hace que sea una película que merezca ser vista no una
sino diez veces o más. Son tantos los detalles, tanta la sensibilidad… es una
de esas contadas películas que te fascina desde el primer fotograma y que jamás
olvidas.
En
ese monasterio abandonado se refugia una enfermera (una Juliette Binoche
brillante, como siempre, que ganó el Oscar por esta interpretación) atormentada
por la terrible sensación de destruir todo lo que ama, de que todos a los que
ama, involuntaria pero irremediablemente, son conducidos a la muerte. Se ha refugiado
allí para atender los últimos días de vida de un extraño ser sin rostro, sin nombre y sin pasado, con el
cuerpo totalmente quemado, que es el paciente que da título a la película.
Un
Ralph Fiennes soberbio da vida a ese personaje que, en realidad, no es otro que
el Conde Laszlo Almasy, un personaje basado en la vida real del propio Almasy,
un aventurero húngaro que exploró los desiertos del norte de África durante la
primera mitad del siglo XX. Caravaggio, un vagabundo que llega poco después al
monasterio, encarnado por un Willem Dafoe en estado de gracia, cree tener
cuentas pendientes con ese paciente quemado al que no puede reconocer
físicamente, pero que está convencido de que es el traidor por cuya culpa le
torturaron los alemanes amputándole los dos pulgares. Y finalmente Kip, un
artificiero sij, interpretado por Naaven Andrews al que todos hemos visto
después en Lost, llega también al monasterio para desactivar las minas que los
alemanes han dejado en su desesperada huída. A través del diario del paciente
iremos viendo y viviendo mediante una serie de flash-backs impresionantes, la
apasionada historia de amor clandestino que el Conde Almasy vivió con Katherine
Clifton, la mujer de otro explorador inglés, también miembro del equipo con el
que trabajan en el desierto. Es Kristin
Scott Thomas quien da vida a esa maravillosa Katherine con la que todos hemos
soñado alguna vez.
La
química en la pantalla entre Ralph Fiennes y Kristin Scott Thomas es explosiva.
Bajo el aparente cuidado de las formas de Almasy vemos como progresivamente sus
esfuerzos por negar la realidad de su amor y controlar la situación están abocados,
irremisiblemente, al fracaso. La sensualidad y el erotismo de Katherine
desbordan la pantalla. En todos los planos de Kristin Scott Thomas podemos ver
cómo la pasión arde en su interior. Pocas actrices como ella para transmitir
esas sensaciones con tanta intensidad. Mujer de mirada melancólica y soñadora,
de una belleza sin límite que, tras una aparente frialdad, deja traslucir la
mayor sensualidad y pasión.
No
deja de ser curioso que, quizá porque en la novela esa historia de amor no es
el eje principal, sino que lo es la que mantienen la enfermera y el artificiero
sij, el propio Minghella no fuese consciente, mientras rodaba la película (tras
haber estado trabajando cuatro años en el guión con el propio Ondaatje), de la
inolvidable historia de amor que estaba creando: “Me sorprende la atención del
público sobre la historia de amor, porque yo no era tan consciente de ello
cuando hacía la película. Si me hubiera entrevistado durante el rodaje habría
hablado de Hana, la enfermera, de la guerra, del internacionalismo, de una
historia de espionaje. En un principio no era tan consciente del influjo de esa relación de amor sobre el
conjunto de la película, ni de que su carga erótica llegaría de forma tan
directa a la gente. Creo en la idea de que el corazón es un horno de fuego, y
la película nos recuerda que, a veces, en nombre del amor nos volvemos ciegos,
sordos, estúpidos, traidores, inmorales, y con esto no quiero decir que eso
esté mal o bien. No hay juicio en la película sino descripción de motivos.
Algunos críticos han sugerido que yo asumía un comportamiento determinado, y no
es así. Como director no juzgo, porque creo que si se hace así la audiencia se
vuelve pasiva. Almasy no es un héroe. Una de las imágenes que tengo de él
procede de Dante, porque durante todo el metraje se está quemando. Esa es su
sentencia, arder por fuera y también interiormente a causa de la culpa, la
pérdida del amor y la terrible ironía de las situaciones de la guerra. Para mí
es muy humano. Una de las cosas que he tratado de contar en la película es que
la gente, en la guerra, desconoce las consecuencias de sus actos. Y también he
intentado reflejar el daño que la gente hace en nombre del amor, a sí mismos y
a otros, ya que hay muchos que ingenuamente piensan en el amor únicamente como
bendición, nunca como maldición. Y en el amor coexisten los dos rasgos.”
Puede
que Minghella tenga razón, pero yo prefiero quedarme en el campo de esos
ingenuos de los que habla y que sueñan con poder vivir una historia de amor
como esta o como la de Lara y Zhivago, historias que, más allá del dolor, dan
sentido a una vida. Decididamente prefiero ser un ingenuo sin remedio. No me
gustan las historias de amores cuerdos y sensatos, de amores sin pasión ni
locura. Esas historias no van a ningún sitio, no nos transforman, no nos dan
vida, ni nos hacen sentir vivos y, como dice el gran Silvio Rodríguez, son
historias a las que ni el recuerdo puede salvar…
Y
si todos los actores están realmente fantásticos, la producción de Saul Zaentz
es magnífica y la dirección de Minghella solo cabe calificarse de excepcional.
Tiene una forma muy personal de contarnos la historia. Desde el primer
fotograma te das cuenta de que él ama esta película y que tú también la vas a
amar. La conexión que establece entre la historia y el espectador es
impresionante. A lo largo de la cinta vamos viendo como todos los personajes,
en un momento u otro, viven sensaciones tremendamente intensas que nosotros,
desde nuestra butaca, también vivimos con la máxima intensidad. Nos
identificamos con lo que sienten, con lo que piensan y con lo que hacen, porque
en escena solo vemos verdad.
Otro
de los grandes aciertos de Minghella fue
el de trabajar desde la misma confección del guión con Michael Ondaatje, el
autor de la novela, consiguiendo que en pantalla podamos ver todo lo que está
escrito e insinuado en el libro. Ondaatje hizo muy buenas migas en el rodaje
con Walter Murch, el montador de la película, Fruto de esa amistad ha aparecido
años después un libro de conversaciones sobre cine entre ellos que es de los
imprescindibles: El arte del montaje. La fotografía de John Seale es
sencillamente magnífica, de las mejores que he visto en mi vida. La
escenografía, el vestuario, todo gira en una noria perfectamente engrasada que
nos lleva a ese universo de sensaciones y pasiones donde todo puede, todo nos
puede, pasar.
Debo
decir también que aún no puedo comprender a quienes hablan de películas largas
o tediosas, poniendo esta como ejemplo. Yo he visto películas largas y
tediosas, porque las dos horas y pico de duración no tienen estructura donde
sujetarse con suficiente fuerza, entonces el tiempo se convierte en un
suplicio. Pero no es el caso de "El paciente inglés". Su acorde es
justo y tiembla como una cuerda bien afinada. Hermosa como pocas.
Tráiler:
Calificación: 6 de 6.
No hay comentarios:
Publicar un comentario