martes, 11 de noviembre de 2014

The Informer (El delator) - (1935) - (Director: John Ford)



El delator

Título original: The Informer

Año: 1935

Duración: 91 min.

País: Estados Unidos.

Director: John Ford.

Guión: Dudley Nichols (Novela: Liam O'Flaherty)

Música: Max Steiner

Fotografía: Joseph August.

Reparto:

Victor McLaglen, Heather Angel, Preston Foster, Margot Grahame, Wallace Ford, Una O'Connor, Donald Meek, J.M. Kerrigan.


Género: Drama.


Sinopsis:

La historia nos lleva hasta la Irlanda de los turbulentos años 20, donde Gypo Nolan, un borracho con pocos sesos en la cabeza, y menos dinero aún en el bolsillo, ve ante sí la oportunidad de delatar a su mejor amigo que es buscado por el ejército británico por formar parte del Ejército de Liberación Irlandés, y cobrar la cuantiosa recompensa de 20 libras. Dinero más que suficiente para emigrar a América junto a su novia Katie, que ejerce de prostituta para sobrevivir.

Premios:

1935: 4 Oscars: Mejor director, actor (Victor McLaglen), guión, música.
1935: National Board of Review: Mejor película.
1935: Círculo de críticos de Nueva York: Mejor película, mejor director.




COMENTARIOS:

El realizador John Ford, muy recordado por sus excelentes westerns ubicados en Monument Valley tenía además una especial predilección por su país de origen, Irlanda, como lo demuestran las bellísimas películas en las que volcó con mimo toda la poesía de que era capaz (que era mucha). Ambientado en Dublin, en el año 1922, toda la acción sucede en realidad durante una noche, en la que el bravucon Gypo Nolan (Victor McLaglen) se debate entre la fidelidad a sus ex-compañeros del IRA y la recompensa que ofrecen las autoridades británicas por uno de ellos que le permitiría iniciar una nueva vida.




John Ford era un hombre curtido en el cine cuando en 1935 rueda “El delator”, película con la que iba a ganar cuatro oscars, entre ellos al mejor director. Hasta ahora tenía recorrido y muchas películas mudas, pero escaso reconocimiento. A partir de aquí amanecerá el gran hombre de cine que todos conocemos.

El y el cine sonoro casi llegan de la mano. En el mudo se forjó, con el sonido se consolidó. Y de qué manera. En esta película ya muestra sus virtudes: dirige muy bien a sus actores, crea tipo reconocibles, construye situaciones y ambientes con un peso extraordinario y una enorme densidad dramática. En ese sentido, con “Las uvas de la ira” logrará la excelencia, pero aquí ya encontramos un mundo compacto y consistente, hecho de claustrofobia y represión, creado desde el concepto más que desde la escenografía o el efecto.

La película se rodó en apenas tres meses, lo que significaba que el director planificó de maravilla lo que tenía entre las manos: una historia que conectaba con sus orígenes familiares, un guión perfecto, apoyado por la música del incombustible Max Steiner y unos actores implicados y eficaces con los que ya había trabajado en bastantes de sus películas anteriores. Es por esto que la sensación final es la de empaste, de coherencia y de rigor.




Sí, todos los hombres somos inocentes, pues cuando hacemos cosas indebidas es porque tenemos la conciencia adormecida, y cuando esto sucede, actuamos por instinto, apagamos la razón que nos alerta y nos dejamos engañar por el lado oscuro de nuestra psique. Muchas cosas influyen para que la conciencia se adormezca: la reiterada observación del mal ejemplo, la presión indebida que otros ejercen sobre nosotros, la falta de criterio, la debilidad de carácter, la ausencia de presencias de afectación positiva, el desarrollo cultural del medio en que se vive… Y así, otro sentir va estructurando la personalidad, hasta llevar al individuo por los senderos equívocos.

Gypo Nolan tenía también sus razones para dar un paso en falso: el ejército republicano lo expulsó de sus filas cuando él demostró que tenía objeciones de conciencia para matar. Katie, la mujer que ama, se estaba perdiendo y tenía un gran sueño que él no podía ayudarle a materializar… y Gypo, claro, quería sentirse amado. Fueron estos, impulsos emocionales que adormecieron la conciencia, y a esta se despierta – por la premura de las acciones - cuando ya el daño está hecho. Pero entonces no se es malo, sólo se tuvo una confluencia de motivaciones que redundaron en una decisión errada. Desde la holistica, esto lo vemos como una presión del universo que mueve un cierto número de energías que, por predisposición de ciertos individuos, los convierte, irremisiblemente, en instrumento de sus sabias y necesarias decisiones evolutivas… aunque a veces para nosotros, éstas nos parezcan incomprensibles o inaceptables.




Otra de los aspectos en los que incide la historia es en las figuras de las sufridas madre irlandesas las que desde lo más debajo de su condición y después de los grandes esfuerzos realizados para alcanzar lo poco que han alcanzado, encima el destino les exige aun más teniéndose que ver privadas de sus seres más queridos y todo en aras de los ideales de la revolución, de ahí que también se plantee la disyuntiva entre que es primero el individuo o los ideales que están por encima de él, al final todo es relativo y por tanto cada situación distinta y en el fondo todos somos humanos.

Basado en una afortunada historia de Liam O’Flaherty, y con guión de Dudley Nichols, John Ford consigue una gran obra cinematográfica, ya sea vista desde sus valores estéticos o interpretativos, pero, el acierto mayor, se aprecia desde la construcción de personajes enmarcados en una aventura de enorme solvencia moral.




Victor McLaglen resulta muy efectivo como Gypo, el hombre que hizo de Judas y que, tras su delito, despliega un profundo afán de redención con todos los que se cruzan en su camino. Su personaje nos llega muy hondo y se torna imposible condenarlo cuando, las razones que animan sus actos, nos resultan perfectamente claras.

Ford logra una puesta en escena de tinte sombrío y claustrofobico, e inspirada sin duda en “M" de Fritz Lang y en otras obras alemanas de los años 20. Pero el resultado ha sido muy convincente y el cine norteamericano se ha beneficiado, como también lo beneficiaron tantos otros europeos que hicieron buena parte de su obra en la meca Hollywood.

“El delator” es un buen ejemplo de cine existencial. Devela entendimiento de la vida y sirve al despertar de la conciencia humana. Bien que se merece nuestras ovaciones.

Le preguntaron una vez a John Ford que era el cine para él, a lo que respondió: "¿ha visto caminar a Henry Fonda? Pues eso es el cine". En mi opinión, el interrogatorio final, y la actuación de Victor McLaglen son auténtico cine.





Trailer:




Calificación: 5 de 6.

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