Reflexiones en torno a “Ciudadano Kane"
Es probable que después de todo los árboles sigan sin dejarnos ver el bosque y que definitivamente nos hayamos olvidado ya de que en el fondo Ciudadano Kane no es más que la historia de un niño al que un buen día le arrebatan su infancia. Si como dijo el otro, ésta, la infancia, es el verdadero paraíso del hombre, Orson Welles no pudo escoger mayor tragedia para hacer su debut como narrador de historias en la gran pantalla. La calificación casi sistemática de Ciudadano Kane como La película, el mejor film rodado jamás, es un hecho que siempre ha jugado en contra de esta formidable opera prima y que anda desde luego muy lejos de beneficiarla. No es una buena táctica acercarse a esta obra de arte con el temor casi reverencial que su sola mención inspira, como una reliquia cuando en realidad se trata de una obra tremendamente viva. Fracasarán quienes se aproximen a este film desde una postura academicista tal y como fracasó el voluntarioso Thompson al presuponer en todo momento que detrás de Rosebud se escondía algo así como un complejo e indescifrable teorema matemático. El peligro de considerar que una palabra pueda resumir por si misma la vida de un hombre es tanto como el de pretender que ciento veinte minutos de película y de celuloide condensen por si solos las poco más de once décadas de historia del cine.
Para
muchos la primera película de Welles supone la primera muestra y los primeros
destellos de su genialidad; para otros poco menos que la bravata de un
advenedizo que con 25 años se propone cambiar el rumbo del arte cinematográfico
con una obra faraónica y grandilocuente. Es por eso quizá por lo que a algunos
les resulta una película sumamente antipática, por su falta de humildad
tratándose de una primera película que se atreve a abordar nada menos que una
cuestión tan compleja como la de la vanidad humana. Soy el primero en observar
detrás el virtuosismo de Welles cierta pose narcisista que le lleva a una
tendencia al exceso a lo largo de toda su obra, pero también soy el primero en
decir que bendito narcisismo y benditos excesos. Lo que hoy asumimos ya como
tópicos en su día fueron notables hallazgos visuales y narrativos que suponían
un antes y un después en el devenir del llamado Séptimo Arte. Aun siendo
todavía objeto de enormes controversias entre quienes se supone entienden de
esto, Ciudadano Kane sigue siendo esencialmente la película de los críticos; de
ahí su omnipresente aparición en todas las listas y rankings de mejores
películas de la Historia que en el mundo son desde el año de gracia de 1.941.
Hoy en día la pregunta de si la opera prima de Welles es la mejor película de
todos los tiempos parece totalmente superada. Al menos para quien esto escribe
siempre lo estuvo y creo que ya he esgrimido mis razones al respecto en el
párrafo anterior. Además ¿cómo iba a ser ésta la mejor película de la Historia
si su director llegó a confesar en alguna ocasión que ni siquiera se trataba de
su mejor film?
Intentar
abarcar en unas pocas líneas el sentido de una obra de la magnitud de ésta
resulta francamente imposible. Rosebud es evidentemente la columna que vertebra
la película, aunque para otros la clave del film se oculta en el plano que lo
abre y lo cierra y que nos muestra un cartel que cuelga de una de las verjas
del palacio de Xanadu con el epígrafe "No tresspasing" (No pasar).
Xanadu sería aquí una representación del cerebro humano y el cartel en realidad
una invitación a no intentar adentrarse en los misterios de la mente. Quien sí
se adentró y mucho en los misterios de la película fue lógicamente William
Randolph Hearts, verdadero blanco de las críticas de Welles, para quien Rosebud
no era precisamente una inscripción grabada en su trineo. Al verse reflejado en
el personaje de Kane, el famoso magnate de la prensa norteamericana puso el
grito en el cielo e hizo todos los posibles porque la película de Welles no
llegase finalmente a los cines. La apasionante biografía de Hearts y de su
trasunto Kane da pie a que en la película se aborden argumentos tan
interesantes como el del poder de la prensa (a partir de Hearts es cuando
realmente se habla de "cuarto poder"), los intereses creados de la
política o la corrupción. Nunca podremos agradecerle lo bastante a Mr Hearts
que inspirase un personaje tan fascintante como el de Charles Foster Kane.
Pero
si fascinante resulta ser el personaje de Charles Foster Kane no lo es menos es
de su íntimo amigo Leland, el crítico teatral al que da vida magníficamente
Joseph Cotten. Y es que una nueva tragedia subyace en esta historia a todas las
ya citadas, la dificultad para mantener la integridad y los principios a lo
largo de toda la vida, máxime si esta vida se desarrolla entre el oropel y la
pompa. Leland es quizá junto a Emily , la primera esposa de Kane, el único
personaje del film que parece mantener de principio a fin esa integridad (todos
los demás acaban vendiéndose por un plato de lentejas) aunque paradójicamente
al final tenga que refugiarse en el alcohol para salvaguardarla. Se diría que,
a pesar de que el film se estructura en torno a la narración de la vida de Kane
a través de varios personajes, es el personaje de Cotten quien verdaderamente
nos cuenta la historia del protagonista. Leland no juzga, se limita a observar
para que el tiempo sea el que acabe dictando sentencia. No juzga, pero es él
quien hace saber en momentos puntuales a su antiguo amigo que se ha quedado
solo y que el mundo de cristal que ha construido en torno a si mismo se
desmorona. Primero inconscientemente obligándole a completar la devastadora
crítica en contra del debut y del fiasco operístico de Susan Alexander;
después, ya de manera consciente enviándole a su propia casa la carta con la
declaración de principios que Kane firmó en sus años de juventud. Y pone
realmente realmente los la última escena en la que aparece, perdiéndose
lentamente en el pasillo de la clínica escoltado por las dos enfermeras rumbo
sin duda al olvido. Porque de eso, del olvido es de lo que nos habla Ciudadano
Kane, de cómo los objetos que nos sobreviven subrayan nuestra condición efímera
y de paso. La última escena del film remite a la imagen del faraón egipcio
enterrándose en la pirámide junto a sus riquezas, aunque en este caso, la única
"riqueza" de la que fue privado Kane en vida desaparece con él.
Todavía sobrecoge ver cómo las señoriales grafías de la palabra Rosebud van
desapareciendo poco a poco fundiéndose lentamente entre las paredes del
crematorio. Así es Kane, una obra viva capaz aún hoy día de sobrecogernos, pese
a que algunos se obstinen en arrinconarla como mera pieza de colección o de
museo.
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