Escrito bajo el sol
Título original: The
Wings of Eagles
Año: 1957
Duración: 107 min.
País: Estados Unidos.
Director: John Ford.
Guión: Frank Fenton Y William Wister Haines.
Música: Jeff
Alexander.
Fotografía: Paul C.
Vogel.
Reparto:
John Wayne, Maureen O'Hara, Dan Dailey, Ward
Bond, Ken Curtis, Sig Ruman, Edmund Lowe, Kenneth Tobey.
Género: Drama.
Sinopsis:
Un piloto americano, que vive
completamente entregado a la vida militar, sufre un accidente doméstico y se
rompe la columna vertebral. Paralizado en una silla de ruedas, comienza una
nueva vida como escritor e incluso es contratado como guionista en Hollywood.
Tras el bombardeo de Pearl Harbour por los japoneses, es enviado al Pacífico
como supervisor de un nuevo y revolucionario prototipo de portaaviones. Su
extraordinaria fuerza de voluntad hace que poco a poco se vaya recuperando de
su lesión.
COMENTARIOS:
Conviene subrayar, antes de
proseguir, que a Ford nunca le interesaron los “grandes hombres” como tema de
sus filmes. Incluso cuando abordó una figura señera, como en El joven Lincoln
(1959), en realidad nos cuenta la historia de un picapleitos de pueblo, diríase
que el cineasta huía del high concept que tanto se lleva ahora. Tampoco le
interesaron las historias militares, claro que le gusta el ritual castrense, el
ballet de los desfiles y la comunidad masculina que representa el ejército,
pero no era un militarista. Nadie como Ford ha contado la catástrofe que
representa la exaltación militarista y la devastación emocional que lleva
aparejada, pongamos por caso Fort Apache (1948).
Así que cuando aborda el biopic
de Frank Wead no le interesa la historia de un comandante o de un piloto de la
Armada, sino la historia de un hombre que pierde la cabeza por una carrera
gloriosa y, de paso, lo único que compensaría, tratándose de un héroe fordiano,
cualquier sacrificio: su familia. Incluso en una película magistral como Cuna
de héroes (1955), que no sale de West Point y que empieza como si se tratara de
Murieron con las botas puestas (Raoul Walsh, 1941), donde pone el foco Ford es
en ese padre adoptivo de todos los cadetes que acaba recibiendo sus cadáveres,
y todos son sus hijos. Tratándose de una película de Ford, no puede haber
perdición mayor que la que vive el protagonista de Escrito bajo el sol. Y Ford
conocía esa perdición de primera mano, era algo que compartía con su amigo
Frank Spig Wead.
Sigue siendo un misterio para mí
el observar que gran parte de la crítica sigue considerando esta película un
trabajo menor de Ford. No soy capaz de entender qué puede llevar a ignorar una
de las cumbres del cine de Ford y del cine americano, excepto tal vez su
proximidad con Centauros del Desierto, realizada el año anterior, o porque
mantiene en su primera parte un tono deliberadamente jocoso. Lo que es evidente
es el impresionante momento creativo por el que pasaba el director. Sin ir más
lejos, ese mismo año realiza la también maravillosa Rissing to the Moon, un
bellísimo film de relatos cortos que sigue siendo un punto referencial en los
pequeños formatos (corto y medio metraje). Ford nos presenta en este caso un
amargo retrato sobre las relaciones de pareja, la superación personal y ante
todo sobre un personaje que por ser alguien en su profesión lo sacrificó todo.
Para sacar adelante un personaje
tan complejo Ford volvió a contar con su actor más representativo, John Wayne,
que realiza un trabajo imponente, cargado de emoción y sutilezas en una de sus
grandes interpretaciones. El resto del reparto soberbio, con especial mención a
Maureen O’hara y Ward Bond. Aunque en su inicio no lo parece, es una obra
enormemente íntima que se centra en pocos personajes perfectamente definidos
por el espléndido guión y la impresionante puesta en escena de Ford. El
director es capaz de componer planos imborrables, como esa prodigiosa escena
nocturna en la cocina de gran carga emocional. Teniendo en cuenta la
implicación personal de Ford, dada su vinculación con el personaje, no extraña
que deje esa sensación de estar rodada con un especial cariño, y eso se traduce
en un extraordinario trabajo del director. Eso no impide que sea un film
agridulce, que pasa con gran rapidez de una escena amable o incluso cómica a
una de un profundo dramatismo, creando ese equilibrio insuperable propiedad de
solo unos pocos en las historia del cine (Satyajit Ray por ejemplo).
Hay pocas películas más amargas y
desoladas que Escrito bajo el sol. En una de las escenas del filme, un director
de cine, Ward Bond –otro actor fordiano- recibe a Frank Wead para encargarle
una película sobre la Armada. El director está caracterizado a imagen y
semejanza de Ford, con todos sus atributos, en un despacho igual que el de
Ford, con todos los recuerdos de Ford. El cineasta aseguró que eso fue idea de
Ward Bond y que el actor se encargó de componer el personaje y de atrezar la
escena. Bueno, no hacía ninguna falta un trasunto de Ford para advertir su
presencia –su fantasma dolorido- en cada plano, de ahí la destemplanza, la
desazón, la brusquedad de una película abrasiva en lo más íntimo para el cineasta,
para un artista condenado a decir la verdad. Una historia en la que anida la
culpa, atravesada por la pérdida y sin redención posible.
Mientras Frank Spig Wead prosigue
con su rehabilitación recibe rosas rojas anónimas que acabará descubriendo (o
mejor, acabará resignándose a reconocer) que las envía Minnie. Esas rosas
-¿cómo olvidar las rosas de El hombre tranquilo, las de La legión invencible?-
enhebran el hilo doliente de la historia hilvanada en Escrito bajo el sol, un
filme tan poco comprendido, tan poco valorado, tan poco llorado. Que yo sepa
sólo Miguel Marías ha sabido reconocer la grandeza de Escrito bajo el sol, no
sólo como el mejor filme de Ford, sino la mejor película de la historia.
Un gran clásico a descubrir y valorar como se merece.
Tráiler:
Calificación: 5 de 6.
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