TÍTULO ORIGINAL : Une bouteille à la mer
AÑO: 2011
DURACIÓN: 99 min.
PAÍS: Francia, Canadá, Israel.
DIRECTOR: Thierry Binisti.
GUIÓN: Thierry Binisti, Valérie Zenatti.
FOTOGRAFÍA: Laurent Brunet
REPARTO:
Agathe Bonitzer, Mahmud Shalaby, Hiam Abbass
SINOPSIS:
Adaptación de la novela homónima de la francesa Valérie Zenatti, que a los 13 años se fue a vivir a Israel donde pasó gran parte de su adolescencia y juventud. Sus experiencias le sirvieron de base para el libro.
Tai, una francesa de 17 años instalada con su familia en Israel, queda impactada tras la inmolación de un terrorista en un café cercano a su casa. Escribe una carta dirigida a un palestino imaginario en la que rechaza que palestinos e israelíes estén condenados a odiarse para siempre. Tai mete en una botella el texto, que incluye su correo electrónico por si alguien quiere contestar, y se la entrega a su hermano, militar en Gaza, para que la arroje al mar. La recoge un grupo de chicos de la franja de Gaza, y uno de ellos, Naïm, acaba contestando, primero con una actitud desafiante... Pero poco a poco, ambos interlocutores comienzan a confiarse su intimidad...
COMENTARIOS:
Otra pequeña joya que se cuela en nuestros cines y como sucede en estos casos, la tremenda publicidad de las grades superproducciones americanas y no americanas, acaban tapando un cine que vale mucho la pena ver y saborear, y que pasan sin pena ni gloria. En este caso una película que nos habla del conflicto palestino-israelí, casi no tocado en el cine, por lo menos como en este caso, con neutralidad y sensibilidad, mostrándonos que no hay buenos ni malos, si no gente que sufre, que muere, que vive con miedo y unos políticos que son incapaces de encontrar soluciones para un conflicto totalmente enquistado, donde no hay vencedores, todos son víctimas.
Gracias a los medios de comunicación y a los grupos "progres", la opinión general en nuestro país es, “que los israelitas son unos sádicos asesinos que se dedican como deporte nacional a masacrar palestinos y los palestinos son unos pobres y pacíficos ciudadanos que solo desean vivir en paz y los judíos no les dejan”. Ni una cosa ni otra, el tema no es tan simple ni tan sencillo, es mucho más complejo, posiblemente sin vivir en aquella zona sea imposible entenderlo, en este caso yo prefiero callar y no opinar sobre un tema tan complicado, enquistado y que desconozco.
Pero a la gente le encanta opinar, sobre lo que haga falta. Si no tienen ni pajolera idea de qué va la materia a debate, mucho mejor. Al fin y al cabo, la mayoría se empeña en mostrar continua y alegremente los destellos de su querido síndrome, básicamente debido a que en el fondo padecen un mal muy ilustrativo de nuestros tiempos: el miedo al silencio, que pasa por ser uno de los tesoros más olvidados en la actualidad. Del mismo modo, el que disfruta compartiendo su opinión sin saber de qué habla, aprende a la larga que hay temas en los que lo mejor que puede hacerse es no entrar.
Cuando en 2005, Valérie Zenatti escribió su novela “Une bouteille dans le mer de Gaza”, pretendía reflejar un sentimiento que la contrariaba: un conflicto, el de israelíes y palestinos, ante el cual no cabe posicionamiento posible, desde la perspectiva de la escritora; no se trata tanto de otorgar un enfoque desde el punto de vista de unos u otros, sino más bien comprender la postura de que tras ambos bandos conviven seres y personas que están por encima de cualquier otra cosa. Este hecho, pese a las condiciones de un rodaje que, por su dificultad, bien podrían haber truncado lo que acontece una virtud en el conjunto, se ve reflejado a través del prisma con que enfoca Thierry Binisti ,ese relato construido (en parte, nutrido por hechos reales o noticias que llegaban desde la capital israelí) por Zenatti; y es que por mucho que en esa historia entre ambos protagonistas, Tal y Naim, se atisbe una mirada más hostil y reticente por parte de él durante los primeros compases del film, todo acaba derivando en una relación que nunca se llega a materializar por la naturaleza del propio relato, condicionado por la propia escritora, que lo impregna con un halo cercano. Así es como Binisti transforma lo que parecía la crónica de una tensa situación en algo mucho más próximo e, incluso, humano si se quiere.
No rehúye no obstante, Binisti la construcción del conflicto mediante secuencias que, ya sea por su ligereza o la poca gravedad con que se muestran, no socavan el tono de “Una botella en el mar de Gaza”. Es, de hecho, bastante inteligente el cineasta galo tanto suministrando la información como llevando el relato al terreno que él quiere, y lo hace manejando de modo sutil todos los elementos que componen la obra (desde el reflejo de la situación que viven ambos protagonistas mediante una perspectiva que se sitúa en el marco más humano, hasta la relajación de ese marco que, en sus pocos momentos de tensión, precipita los acontecimientos sin que ello suponga un percance a nivel narrativo), así como tratando con mesura el material dramático con el que trabaja, evitando enfatizar en exceso instantes que podrían someterse a una carga que Binisti relega con perspicacia.
Muchos encuentran en “Una botella en el mar de Gaza” una de esas historias de redención que transmiten un sencillo mensaje de esperanza pero, más allá de ello, queda el perfecto reflejo de una población que tan pronto atisba el horizonte con cierta melancolía como vive con rechazo entorno a su vecino más inmediato. Se podría definir incluso el film como un estado de ánimo, el estado de ánimo de una sociedad que parece vivir reflejada en una paleta tonal donde todo tiene cabida y que se manifiesta a la perfección en esos retales de vida que presenta Binisti y que incluso van más allá de ambos protagonistas, pues tanto los padres de Tal, como todos aquellos amigos y familia que rodean el ambiente en el que se mueve Naim, muestran que ante una situación de esa envergadura poco importan las consideraciones que se puedan tener al respecto, pero sí marcan tanto su entorno como el día a día que viven con una aspereza que aquí se diluye en aras de ese cercano retrato.
A todo ello contribuye la aparición de dos intérpretes desconocidos para la cartelera española, pero que maduran otorgando complejidad y pulso a un trabajo que empieza y termina con ellos. Mahmud Shalaby, que ya tuvo un papel importante en Jaffa de Keren Yedaya, pero todavía no había disfrutado de ninguno como protagónico, demuestra que se pueden urdir secuencias tan delicadas como una de las que cierra el film (la de los coches) con una contención que posee los matices necesarios como para dar a entender que esa secuencia solo podía cohabitar así en la obra. Mientras, Agathe Bonitzer, con un mayor rodaje a sus espaldas, aporta la justa templanza en cada momento exacto, hecho éste que parece acompañar el tono general de un trabajo a través del cual Binisti parece aunar las cualidades de un cine tan moderado como maduro pero, sin embargo, capaz de encontrar la empatía en un espectador que no sabe bien si se halla ante una historia de amor a medio camino, ante un relato de la amistad más pura o ante el recorrido de dos personajes que, durante ese tiempo, comprenderán que el valor de una relación humana escapa al consentimiento de cuantos enfrentamientos pueda generar nuestra sociedad.
En su arranque parece que “Una botella en el mar de Gaza” va a ser excesivamente idealista, limitándose a reseñar una bonita y almibarada relación hipotética entre un palestino y una habitante de Israel. Pero el director Thierry Binisti acierta al apoyarse en una puesta en escena realista, con la que logra describir de forma convincente el día a día en la franja, una realidad poco conocida, "¿Llega internet hasta Gaza?", se pregunta la amiga de la protagonista en un momento dado. La mayoría de espectadores posiblemente tengan dudas similares, puesto que los medios de comunicación sólo difunden la violencia, y las tragedias desgraciadamente frecuentes, pero no el día a día. El resultado es un alegato a favor de la tolerancia que no esconde las dificultades para llegar a un entendimiento definitivo. Excelente película.
Tráiler:
Calificación: 4 de 6.
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