lunes, 27 de julio de 2020

Muere Olivia de Havilland, la última estrella del Hollywood clásico.



Sobrevivió a dos guerras mundiales, a varias crisis nucleares y hasta a Kirk Douglas, que parecía que iba a vivir para siempre, esclavo de su hoyuelo en el mentón, protagonista indiscutible de tantos títulos por los que nunca le premiaron. Pero Olivia de Havilland, hasta ayer la última gran dama del Hollywood dorado, murió a los 104 años, después de un digno pulso contra el tiempo.

Casi tanto como el que mantuvo con Joan Fontaine, esa hermana pequeña que le ganó en casi en todo lo demás y con quien desempeñó una rivalidad antológica que empezaba por diferenciarse hasta en el apellido.

«Me casé la primera, gané un Oscar la primera, tuve un hijo la primera. Si me muero, ella estará furiosa porque otra vez la habré ganado», se jactó Joan Fontaine en una entrevista. Como si fuera pitonisa en lugar de actriz, la protagonista de «Rebeca» cumplió, y aunque era un año menor que Olivia de Havilland, se fue también antes que su hermana. Murió en 2013, el día en el que se celebraba el 74 aniversario de «Lo que el viento se llevó», que le valió la primera nominación a su hermana, pero no pudo ver cómo esta se convertía en Dama del Imperio Británico y también en la única leyenda viva, tras sobrevivir a Kirk Douglas, del Hollywood dorado.

Cuando su enemiga acérrima desapareció, lo hicieron también las fuerzas de Olivia de Havilland, incapaz quizás de seguir en una industria donde por fin presentó batalla. Por mucho que se burlara Fontaine, que le «robó» a su hermana la estatuilla en 1941, Olivia de Havilland acumuló más nominaciones y premios Oscar que su hermana. Se recluyó en Francia, donde murió poco después de cumplir 104 años.

La actriz que conquistó a Errol Flynn



Olivia de Havilland conquistó contractualmente a Warner y enamoró al pasional Errol Flynn —con quien protagonizó siete películas–, a su Robin de los bosques y su general Cluster, arrastrando durante toda su carrera fama de mujer frágil y también sumisa. No fue ni lo uno ni lo otro, y a los dos, al estudio que la convirtió en estrella y al galán al que encandiló, les dio el portazo.

No deja de ser curioso que el último vestigio del Hollywood clásico siempre estuviera incómodo con el sistema de estudios, al que prestó intensa lucha. Ante la negativa de Jack Warner de liberar a una de sus gallinas de los huevos de oro, la intérprete habló con su mujer, Ann, y terminó logrando una nominación por dar vida a Melania, papel que, según el ejecutivo del estudio, no merecía porque estaba a la sombra del de Vivien Leight. Para Havilland, sin embargo, era necesario, una oportunidad única, porque «Melania era de carne y hueso, preocupada por los demás, pero también una mujer inteligente y dura. Aunque, por encima de todo, era una mujer con gran capacidad para ser feliz».

Con Warner terminó enemistada en los juzgados, después de que la ningunearan durante seis meses cuando ella se quejó de que los mejores papeles se los daban a Bette Davis. Cuando quisieron prorrogarle el contrato, les demandó por el castigo. «Todos en Hollywood creían que perdería, pero yo estaba segura de ganar. Había leído la ley y sabía que lo que hacían los estudios estaba mal», dijo en «The Independent». Y ganó. «Lo que más me satisface es que aquella decisión (judicial) benefició a Clark Gable, Jimmy Stewart, Glenn Ford, Henry Fonda y todos los otros actores que habían estado ausentes, haciendo su servicio militar. Cuando regresaron a Hollywood, pudieron elaborar sus contratos con cláusulas más favorables».




Claro que nunca imaginó que el estudio que impulsó su carrera le devolvería el golpe donde más le dolía. La major se vengó impidiendo que Havilland aceptara la propuesta de David O. Selznik para que protagonizara «Rebeca». Lo hizo finalmente Joan Fontaine, que un año después inauguró el contador de la familia en los Oscar con su segunda colaboración con Alfred Hitchcock. Cuando Ginger Rogers mencionó el nombre de la pequeña de las hermanas por «Sospecha», Olivia de Havilland estaba sentada en su mesa, nominada también por «Si no amaneciera». «Pensé que mi hermana iba a saltar sobre la mesa y agarrarme del pelo», reconoció Fontaine en sus memorias, «No bed of roses» (1978). Otra vez más se le adelantaba.





Su espada de Damocles fue su hermana, empeñada en adelantarse en todo menos en venir a la vida. Celos profesionales o trauma infantil, lo cierto es que ni siquiera la muerte de su madre pudo reconciliarlas. Fontaine le reprochaba a su hermana que le leyera la Crucifixión de pequeña, Olivia de Havilland, que pudiera ser mejor que ella. De su enemistad dicen que Robert Aldrich se inspiró para rodar «¿Qué fue de Baby Jane?», que protagonizaron Bette Davis y Joan Crawford en 1962. Pero la «adaptación» que hicieron Ryan Murphy y Catherine Zeta Jones, a los que demandó por la serie «Feud» por dañar su reputación, no la satisfizo.

Joan Fontaine perdió la apuesta con su hermana, que resistió como última dama de un Hollywood extinto con su marcha. La heredera» de todos los nombres del cine clásico ganó la carrera que nunca pidió disputar, siguiendo, ante la escasez de enemigos vivos, su pulso con el tiempo. Hasta ayer que, como su Melania, se dejó llevar por el viento. (ABC)



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