Mercenarios sin
gloria
Título original: Play
Dirty
Año: 1968
Duración: 117 min.
País: Reino Unido.
Director: André De Toth.
Guión: Melvyn Bragg, Lotte Colin (Historia:
George Marton).
Música: Michel
Legrand.
Fotografía: Edward
Scaife
Reparto:
Michael
Caine, Nigel Davenport, Nigel Green, Harry Andrews, Patrick Jordan, Daniel
Pilon, Martin Burland, George McKeenan, Bridget Espeet, Bernard Archard.
Género: Bélico.
Sinopsis:
Segunda Guerra Mundial, la lucha
en el desierto. Para ayudar al avance de Montgomery contra Rommel, sería de
gran ayuda la destrucción de sus depósitos de combustible. Un grupo de
mercenarios sin escrúpulos debe acometer la misión, pero les toca soportar un
oficial británico al mando experto en cuestiones petrolíferas, para darles un
toque de formalidad. Los modos de hacer del capitán Douglas, que se sujeta a
una disciplina y a un concepto del honor y del juego limpio, chocan con los de
Leech y sus hombres, gente con muchos años en la cárcel, para los que todo
vale, y a los que sólo mueve el dinero.
COMENTARIOS:
Son indudablemente varios, los
atractivos que atesora este hasta cierto punto insólito PLAY DIRTY (Mercenarios
sin gloria, 1968), penúltima de las películas realizadas por el veterano André
De Toth –la última sería un desconocido título de terror cuya sola referencia
provoca escalofríos, y no de miedo precisamente-. Atractivos que podrían
definirse por un lado al encontrarnos ante una producción de Harry Saltzman –el
hombre que dio forma cinematográfica, junto a Albert R. Broccoli, al personaje
de James Bond-, quien ya en ocasiones anteriores había trabajado con el
británico Michael Caine –de su égida proviene el triunfo del entonces joven
intérprete al dar vida al agente Harry Palmer-, y por otro lado por el propio
look del film.
Un aspecto visual que combina la tradicional visión que el cine
británico había ofrecido de la ambientación africana en las películas rodadas
en los años sesenta –que se muestra en títulos como SAMMY GOING SOUTH (Sammy,
huída hacia el sur, 1963. Alexander Mackendrick), ZULU (1964, Cyril Endfield),
KHARTOUM (Kartum, 1966. Basil Dearden) y varios otros-, con la ingerencia que
brinda de determinados aspectos heredados del spaghetti western; la presencia
de zooms, primeros planos muy entrecortados, teleobjetivos, y cierta
caricaturización de sus personajes, bastante común en este tipo de
producciones. Es probable que esta circunstancia –y también cierta dilatación
de algunos de los episodios que forman su conjunto; por ejemplo, el que
describe el ascenso de los vehículos del comando por una empinada ladera-,
puedan limitar el resultado final de la película –unido al hecho de pertenecer
a una vertiente dentro del cine bélico iniciada con títulos como THE DIRTY
DOZEN (Doce del patíbulo, 1967. Robert Aldrich)-.
En cualquier caso, y aun
aceptando dichos argumentos, no es menos cierto que la sequedad, el nihilismo y
la visión que proporciona no solo de la crueldad del hecho bélico, sino de la
propia mirada sobre la condición humana, espoleada en su afán de supervivencia,
convierten esta película en un exponente por momentos fascinante. Una auténtica
rareza que logra situarse en un plano aparte, dentro de esa producción incluida
en el género bélico de aquellos años, centrada en denunciar los excesos,
inutilidades y crueldades emanados en el hecho bélico, y generalmente centrados
en diferentes episodios de la II Guerra Mundial.
Desde su primera secuencia, PLAY DIRTY deja
bien claros los postulados que regirán su desarrollo argumental. Un jeep marcha
sobre pleno desierto norteafricano –la película en realidad se rodó en tierras
españolas-, tocando como fondo la sintonía de Lili Marleen, y teniendo como
copiloto el cadáver de un soldado. De repente, la sintonía variará a otra
canción de fondo inglés. Y es que en realidad, la película nunca ocultará una
mirada bañada en el escepticismo y el nihilismo inherente a la propia condición
humana. Unos rasgos que tendrán su plasmación más adecuada en un entorno bélico
y hostil, donde mantener cualquier norma de ética o respeto, en el fondo lleva
aparejada la carencia de cualquier perspectiva de supervivencia.
Lo cierto es que en pocas
ocasiones como en el título que nos ocupa, la expresión cinematográfica de ese
conflicto ha sido mostrada con tal dureza y visceralidad. Desde la galería de
componentes del comando –todos ellos caracterizados por un pasado delictivo de
notable calado-, el primitivismo de sus acciones, y hasta la ausencia total de
principios por parte de unos mandos ingleses dominados por robar todo el
protagonismo posible de las acciones emprendidas, o incluso sacrificar a sus
hombres cuando las circunstancias así lo determinar, lo cierto es que la fauna
humana que puebla el film de De Toth –que parte de un material bastante
atractivo-, es una de las más incomodas de contemplar en una pantalla que
puedan apreciarse en un film de finales de los sesenta-. Dentro de dicho
contexto, de una aventura colectiva protagonizado por un puñado de personajes
tan poco recomendables éticamente como eficaces en sus cometidos, y desarrollada
en un marco revestido de dureza, lo cierto es que –aunque ellos se empeñen en
negarlo-, se irá perfilando una extraña amistad entre Douglas y Leech, que
finalmente quedará como el elemento más perdurable del film.
Pese al laconismo de sus diálogos,
estos se ofrecerán demoledores por parte del segundo de ellos, quien ha hecho
de su escepticismo y ausencia de ética y humanidad, la auténtica llave de su
supervivencia como “zorro del desierto”. Será una confrontación de caracteres
inicialmente explosiva en su relación, pero que se encuentra perfilada con
enorme rigor en la película, hasta confluir en una amistad que provocará una
relativa claudicación del duro y pétreo guerrero sin patria aparente, quien se
dejará fascinar interiormente por los modos y maneras ingeniosas y éticas de su
hasta entonces protegido. Lo cierto es que De Toth sabe modular no solo la
combinación entre aventura exterior e interior que preside la película sino,
fundamentalmente, esa secreto hilo de admiración mutua que se establecerá entre
esos dos personajes totalmente contrapuestos que, quizá en esa misma
confrontación, encontrarán una manera de contemplar no solo las virtudes ajenas
sino, sobre todo, las debilidades propias.
Con todas las relativas debilidades que se
objetaban al principio, lo cierto es que PLAY DIRTY es un film tan
relativamente integrado en una corriente nihilista que dominaba el cine bélico
de la segunda mitad de los sesenta –LO SBARCO DI ANZIO (La batalla de Anzio,
1968. Edward Dmytryk), LOST COMMAND (Mando perdido, 1996. Mark Robson)- y,
sobre todo, una propuesta que sigue manteniendo buena parte de su fuerza y
capacidad de convicción.
Cínica, áspera, y completamente
crítica con la jerarquía y el poder, es una obra muy alejada de las clásicas
cintas de glorificación del héroe militar políticamente correctas. Aquí lo que
importa es sobrevivir, no sólo de los alemanes sino de tus propios mandos que
sólo te consideran un mero instrumento en el que en cualquier momento puedes
convertir en un juguete roto.
El muy competente director André
De Toth rueda muy bien su film, sacando todo el partido al technicolor y al
formato panavisión en las escenas del desierto. Hay dinamismo en los planos
tomados desde los vehículos, y son estupendas las escenas de la tormenta del
desierto.
Su final, continúa siendo, uno de
los más acertados de toda la historia del cine bélico.
Trailer:
Calificación: 4 de 6.
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