Título original: The Loneliness Of The Long Distance Runner
Duración: 104 min.
Año: 1962.
País: Reino Unido.
Director: Tony Richardson.
Guión: Alan Sillitoe.
Música: John Addison.
Fotografía: Walter Lassally.
Intérpretes: Tom Courtenay, Michael Redgrave, Avis Bunnage, Alec McCowen, James Bolam, James Fox
Sinopsis:
Colin Smith, humilde joven de los suburbios de Nottingham, comete un robo en una panadería. Le envían al reformatorio, donde descubre sus cualidades como corredor de fondo. Mientras corre, diversas escenas de su vida pueblan su cabeza.
Uno de los títulos fundamentales de Tony Richardson y del denominado Free Cinema, con guión de Alan Sillitoe, que adapta uno de sus propios relatos, y que describe de forma realista la vida de los desfavorecidos. La cámara se mueve con cierto nerviosismo y la narración resulta muy verosímil. El film reivindica al cien por cien la rebeldía de la juventud, y, más aún, es una toma de partido respecto al desprecio de las normas que imponen los poderosos a los más débiles. La libertad del individuo contra la rigidez del sistema. El trabajo del entonces joven Tom Courtenay es francamente excepcional. Es uno de los films más influyentes del cine británico.
Comentario:
"En nuestra familia siempre hemos corrido. Sobre todo huyendo de la policia. Es difícil de entender. Sólo sé que hay que correr. Sin saber por qué. por el campo y el bosque. Y ser el ganador no es el final. Aun que la gente anime hasta quedarse tonta. Así es la soledad del corredor de fondo."
Con estas palabras comienza su relato Colin Smith, un joven recluido en un centro correccional de menores. A lo que añade: “Es difícil de entender, sólo sé que hay que correr. Sin saber por qué, por el campo y el bosque. Y ser el ganador no es el final, aunque la gente anime hasta quedarse tonta. Así es la soledad del corredor de fondo”. Instantes antes de que en la pantalla se vislumbre un brumoso paraje de la campiña inglesa por el que corre el solitario joven, tan sólo se escucha el esforzado ritmo de sus pasos sobre el vacío de un plano todavía en negro. La visión se precisa y la cámara sigue su decidido avance por un camino desierto, unas imágenes que quedan subrayadas por el desencanto de estas palabras, bajo las que se percibe cierta ironía y el empeño por encontrar respuestas. Tras unos títulos de créditos en los que la música de John Addison parece seguir la estela algo triste que dejan estos primeros momentos, este espléndido arranque se completa con un significativo plano inicial de Colin. La cámara se detiene por vez primera en la mirada del joven, que observa a sus alrededor con concentrada distancia y aire algo taciturno, con el contradictorio aspecto de firme fragilidad que le imprime el actor Tom Courtenay. Un furgón lo conduce junto a otros jóvenes esposados, entre los campos nevados –porque “pronto va a ser Navidad”–, a lo que será su nueva residencia, el correccional Ruxton Towers.
A partir de ese momento Richardson estructura el relato a través de una serie de flash–back que desvelan las circunstancias que han llevado a Colin a ese correccional, fragmentos de las semanas anteriores a su ingreso que el joven recuerda, en su mayor parte, durante sus largas marchas por los alrededores del centro. Este recurso narrativo –similar al utilizado poco más tarde por Anderson en El ingenuo salvaje– señala el esfuerzo del director en la construcción dramática del relato, de forma que le permite el análisis de un entorno social –unos barrios de Nottingham, ciudad industrial del norte de Inglaterra–, al tiempo que indaga el modo en que influye en la compleja personalidad del muchacho. A través de estas rápidas incursiones en el pasado intenta comprender sus desconcertantes reacciones, su evidente ansia de cambios y vías de escape. De forma progresiva logra acercarse a este personaje desorientado, vulnerable y resistente, rebelde y romántico, hasta llegar al palpitante tramo final. El realizador evidencia su compromiso con la realidad –una postura por la que a menudo se relaciona al Free con la tradición documentalista británica de los años treinta y cuarenta–, pero integrada en los resortes dramáticos del relato. Una mirada personal en los planteamientos narrativos y formales del proyecto –que también produce con su compañía Woodfalls, fundada junto a Osborne– que indica su adscripción a la autoría, un concepto que en cierta medida se extiende desde la Nouvelle Vague al resto de los Nuevos Cines.
La narración parece gravitar en torno a las sucesivas secuencias que siguen la soledad de las largas marchas del joven por la campiña. En algunos momentos Richardson refleja los desolados parajes que atraviesa Colin con un aspecto cercano a la superficie lunar. Los autores del Free mantienen cierta distancia poética con los paisajes que sus personajes observan en sus escapadas del medio urbano. En ocasiones imprimen a estas imágenes unos tintes casi fantásticos, los personajes contemplan desde la distancia el horizonte urbano al que pertenecen como si se tratara de otro planeta. Unas secuencias no exentas de una inesperada belleza, que revelan cómo estos cineastas en realidad están filmando un medio social del que son ajenos. La primera salida al campo del muchacho transmite una gozosa sensación de libertad que se acompaña con música de jazz, con una cámara que se mueve con agilidad, y que se repite en las siguientes marchas. Ciertos detalles de repente rompen el tono sobrio del conjunto, como el montaje frenético de algunos tramos, el uso de acelerados, escenas de escapismo como el baile de los jóvenes en el tren o el humor frente al reaccionario discurso en televisión. Estos inesperados destellos parecen anunciar unos tiempos luminosos que se vislumbraban en el horizonte, anticipan la excitación y fantasía del Swinging londinense. Para los personajes del Free Londres permanece en la lejanía como una promesa difícilmente alcanzable, y conforme avanza la década la acción se traslada de los paisajes del norte industrial en blanco y negro al frenético color de la metrópoli. Una ciudad que se convertirá en el emblema de la modernidad de los sesenta, a la que serán convocados cineastas como Antonioni, Polanski o el propio Truffaut.
A través del internamiento de Colin y de sus vivencias en las calles de Nottingham, que Richardson narra con pulso firme y dinamismo, contrapone dos universos distantes que pretenden asimilarlo y en los que no acaba de encajar. Dentro del centro se perfilan las nuevas iniciativas de reeducación defendidas por el psicólogo frente a los métodos del director, que entiende la sumisión al sistema a través de la competición, y que son los que finalmente se imponen. En este sentido, el internado significaría un trasunto de una sociedad fuertemente jerarquizada. Por otro lado, el entorno del que proviene el joven no ofrece muchas más alternativas. Colin ve como su padre muere tras una penosa enfermedad derivada del trabajo y poco después su madre gasta alegremente la indemnización –unas compras que son todo un catálogo del consumo de la clase trabajadora en la nueva sociedad del bienestar: lo primero, por supuesto, un televisor–, y lleva a vivir a su amante a casa. El muchacho se dedica a vagar por las calles de Nottingham y acabará en el centro tras un pequeño robo –“¿Cómo es que estás aquí? Me cogieron, no corrí lo suficiente”–. El director, encarnado por un actor de la escuela interpretativa británica como es Michael Redgrave, plantea la actividad física de los jóvenes de forma similar a una carrera de caballos, frente al que se coloca el espejo roto del padre, el futuro que parece aguardarle, dos modelos opresivos de los que Colin intenta escapar.
Aunque apenas esbozada, la relación que entabla Colin con una joven, Audrey, interrumpida por su ingreso en el centro, parece ser el único remanso donde puede expresar cómo se siente. La escapada de los jóvenes al mar se convierte en una de las secuencias más hermosas del film, y es en esa intimidad donde el muchacho confiesa sus estériles deseos de cambio: “De niño siempre intentaba perderme, pero pronto comprendí que era imposible”. Más adelante, Audrey le pregunta qué querría hacer en realidad, a lo que contesta: “Dejaría este basurero”, y ella le señala: “No es la única forma de irse. Puedes parar para empezar”. Todo ello enlaza con el significativo gesto de Colin en el vibrante tramo final. En el marasmo de pensamientos que se agolpan en su cabeza durante los últimos metros de la carrera aparece un plano no visto con anterioridad, Audrey preguntándole de nuevo: “¿Por qué siempre huyes?”. La decisión de Colin significa un desafío, un acto de rebeldía ante el sistema que pretende someterlo, pero ante todo es una declaración ante sí mismo. Necesita detenerse para romper la inercia en la que está sumido, apartarse del destino al que parece abocado para mirar con claridad a su alrededor y preguntarse hacia dónde quiere encaminarse.
Richardson construye un personaje que permanece largo tiempo en la retina, en cuya decisión y vulnerabilidad confluyen las inquietudes de una nueva generación. Tom Courtenay se convirtió a través de los rasgos de este solitario corredor y de su siguiente film Billy, el embustero en uno de los rostros emblemáticos del Free Cinema, junto a una galería de intérpretes, representantes de una época, como Alan Bates, Julie Christie, Albert Finney o Rita Tushingham. La soledad del corredor de fondo puede ser considerada una de las obras más depuradas del Free, conjuga los rasgos de identidad de un movimiento que ha extendido su influencia en el tiempo.
Un elocuente detalle, la declaración de Colin de no querer ser explotado como sus padres, tal y como también indica su simbólico gesto de quemar un billete, señala un compromiso cuyas huellas pueden rastrearse incluso en el cine social británico de los años ochenta. Por último, resulta significativo el plano final del film, en el que bajo los acordes del tradicional himno estudiantil “Jerusalem” la cámara se detiene en unas máscaras antigás usadas en la última guerra. Una siniestra imagen que parece querer recordar una amenaza latente, las dificultades que encontrará cada nueva generación en sus rupturas hacia un nuevo impulso.
Tráiler:
Calificación: 6 de 6.
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