Calle River, 99
Título original: 99 River Street
Año: 1953
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos.
Director: Phil Karlson.
Guión:
Robert Smith (Historia: George Zuckerman)
Música: Arthur Lange, Emil Newman.
Fotografía:
Franz Planer.
Reparto:
John Payne,
Evelyn Keyes, Brad Dexter, Frank Faylen, Peggie Castle, Jay Adler, Jack
Lambert, Glenn Langan, Eddy Waller, John Daheim, Ian Wolfe, Peter Leeds,
William Tannen, Gene Reynolds
Género: Cine negro.
Sinopsis:
El
futuro no está asegurado ni para un púgil profesional. Ernie Dricoll, un
ex-campeón de boxeo, trabaja ahora como taxista. Su vida nada tiene que ver con
la de antes: es monótona y le falta encanto. Por suerte, más mala que buena, su
rutina se ve alterada cuando descubre que su mujer está teniendo un affaire con
un mafioso. Enredos con la policía y demás le esperan a la vuelta de la
esquina.
COMENTARIOS:
Karlson,
Phil (1908-1985), http://diariocinefiloclasico.blogspot.com.es/2015/04/phil-karlson-director.html
Recurriendo
a la arquetípica figura del boxeador fracasado atrapado en un matrimonio
infeliz, la película nos cuenta la peripecia en la que se ve envuelto Ernie,
que sin haberlo buscado, se topará con la infidelidad de su esposa, y a través
de esta, con un robo, algunos crímenes y un variado muestrario de rufianes, a
cada cual peor.
Si
perfilar el carácter de los personajes es fundamentalmente una labor propia del
guión, la generación o recreación del ambiente adecuado se convierte en la
cuestión formal más importante de este tipo de películas, circunstancia que
potencia la relevancia de la fotografía, el montaje y la composición del plano
(o lo que es lo mismo; de la luz, el ritmo y la mirada). Karlson demuestra en
todo momento hasta qué punto domina estos tres parámetros, siendo magnífica la
labor del director de fotografía, Franz Planer, y muy notables -por su ritmo y
violencia desatados- las escenas de pelea, desde el combate inicial (rodado a
pie de Ring y con expresivos primeros planos) hasta el último, en la pasarela
del barco; en muchos planos recurre a efectivos y sugerentes contrapicados,
rasgo estilístico presente en otras películas suyas, aunque aquí más acentuado. (Quatermain80)
Como
es habitual del cine clásico en general, y del ciclo negro en particular, el
director Phil Karlson construye en 1953 esta historia que aglutina todos los
elementos del género (la culpa, la redención, la venganza, el destino torcido,
la mujer fatal, los ambientes hostiles, boxeadores, policías, ladrones,
matones, antros y dinero que cambia de manos) en un prodigio de concisión
narrativa (84 minutos de metraje) envuelto en las señas estilísticas propias
del film noir (juegos de luces y sombras, claroscuros, atmósferas opresivas,
ritmo endiablado, cóctel de erotismo y violencia).
Y como es natural en el cine clásico, la censura sobrevuela los límites que Karlson puede explorar en su relato. De este modo, asistimos al consabido castigo a quienes osan violar determinadas leyes (no solo los criminales deberán sucumbir en última instancia a la persecución de la policía o a una muerte justa; también la esposa adúltera será oportunamente castigada por su doble pecado, por su crimen contra la justicia de los hombres y contra la divina ley del santo matrimonio), la culpabilidad del protagonista se limita a su pasado fracaso de boxeador y a sus incontrolables ataques de furia, y, así como con la violencia Karlson se muestra más valiente (no solo se recrea en las peleas a puñetazos en las que Ernie se ve mezclado en su azarosa odisea; también hay tiroteos a víctimas desarmadas y heridas sangrantes; en cambio, la cámara evita mostrar el desagradable episodio violento del que es objeto Pauline), el erotismo es más sutil y sofisticado (las sensuales posturitas de Pauline, piernas abiertas en lo alto de la escalerilla, en la floristería ante los ojos de su amante; o el erotizante jugueteo de Linda en el bar del puerto, usando sus dotes de actriz para fingirse presa fácil para los hombres solitarios).
Y como es natural en el cine clásico, la censura sobrevuela los límites que Karlson puede explorar en su relato. De este modo, asistimos al consabido castigo a quienes osan violar determinadas leyes (no solo los criminales deberán sucumbir en última instancia a la persecución de la policía o a una muerte justa; también la esposa adúltera será oportunamente castigada por su doble pecado, por su crimen contra la justicia de los hombres y contra la divina ley del santo matrimonio), la culpabilidad del protagonista se limita a su pasado fracaso de boxeador y a sus incontrolables ataques de furia, y, así como con la violencia Karlson se muestra más valiente (no solo se recrea en las peleas a puñetazos en las que Ernie se ve mezclado en su azarosa odisea; también hay tiroteos a víctimas desarmadas y heridas sangrantes; en cambio, la cámara evita mostrar el desagradable episodio violento del que es objeto Pauline), el erotismo es más sutil y sofisticado (las sensuales posturitas de Pauline, piernas abiertas en lo alto de la escalerilla, en la floristería ante los ojos de su amante; o el erotizante jugueteo de Linda en el bar del puerto, usando sus dotes de actriz para fingirse presa fácil para los hombres solitarios).
Karlson hace un efectivo
trabajo de cámara, se mueve con soltura por ambientes de lo más sórdido (el
apartamento del asesino, la trastienda de la tienda de animales, entre
bastidores del teatro, el bar del puerto y la noche en el muelle) y se apunta
un buen número de hallazgos visuales. Así, por ejemplo, el detalle que hace que
sepamos que Pauline está “escondida” en el asiento de atrás del taxi, la
perpectiva que utiliza para mostrar cómo Pauline y Rawlings observan su llegada
al bar, los momentos en que Pauline presume de atractivos físicos, o el tramo
final en Jersey, la persecución en el puerto pespunteada por el cierre del
círculo consistente en narrar la pelea final en paralelo con el recuerdo que
Ernie conserva de la pelea que trastocó su vida, un punto de inflexión ofrecido
como segunda oportunidad, como revancha contra el destino para encauzar
adecuadamente su futuro, para retomar su vida en el mismo lugar en que quedó
quebrada.
Una
cinta vibrante y repleta de acontecimientos en su breve metraje, interpretada
con solvencia y poseedora de todos los ingredientes y virtudes que hacen del
buen cine negro un género imperecedero. (39escalones)
Así
que todo encaja sobre la marcha y no queda otra que recomendar sin miedo a
equivocarse ésta 99 River Street como buen cine negro de época.
Vídeo:
Calificación: 4 de 6.
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