Entrevista con François Ozon
Reivindicado desde principios de los 2000 como uno de los autores franceses más prometedores del nuevo siglo, el nombre de François Ozon (París, 1967) es hoy una referencia clave en el panorama europeo. El bombazo de En la casa (2012), Concha de Oro en San Sebastián, ratificó la energía creativa de un cineasta con el nada frecuente don de alternar entre el más enloquecido humor vitriólico y un estilo de drama de corte casi ascético. A la segunda categoría pertenece Frantz, su nuevo trabajo, la historia de un soldado francés que viaja a Alemania al término de la I Guerra Mundial para presentar sus respetos a la prometida de un alemán caído en el frente, aparentemente amigo suyo. Una película que recoge nada menos que el testigo de todo un Ernst Lubitsch, director en 1932 de una versión de la historia, Remordimiento.
«No conocía la película de Lubitsch cuando empecé a escribir Frantz», se disculpa Ozon al arrancar la rueda de prensa, en los cines Golem de Madrid. «Descubrí la obra original de Maurice Rostand [El hombre que yo maté, 1930] gracias a un amigo, y me emocionó mucho la historia, tanto que me lancé a hacer un tratamiento sin saber que ya existía otra película previa. Reconozco que me quedé un poco desolado tras saberlo, porque hacer algo nuevo y que destacase se volvía muy difícil siendo la otra, por si fuera poco, de Lubitsch. Pero al verla me calmé y me di cuenta de que sí podía seguir. La película de Lubitsch es fiel a la obra de Rostand, y ambos cuentan la historia desde el punto de vista francés, pero a mí el que me interesaba era el alemán. Así que no se trataba en absoluto de lo mismo».
Con una gran acogida en Venecia y San Sebastián, muchos críticos ven en esta película un punto de inflexión y un nuevo grado de madurez en la obra de Ozon. Cosa que él se apresura a negar tajantemente. «Sé que la larga tradición de grandes directores franceses de la Nouvelle Vague lleva aparejada una especie de progresión analítica y de autoexploración, pero no es mi caso. Me limito a abordar lo que me surge en cada momento». En lo que sí parece fijarse de la Nouvelle Vague es en su capacidad para producir películas en serie, recordando a quien fue su maestro en la escuela de cinematografía, Éric Rohmer. «¡Era un tacaño de primera!», espeta entre risas. «Ibas a sus clases esperando que te ilustrara con teorías sobre el cine, sobre cómo lograr la verdad a través de la cámara, ¡y de lo que te hablaba era de tiendas de París donde podías comprar alfombras a muy buen precio! Toda la gente de la Nouvelle Vague tenía el ojo puesto en cuestiones de producción, y en eso mismo me empleé yo desde mis primeros cortometrajes. Todas mis películas son muy rentables».
En Frantz, François Ozon ha podido contar con un poco más de su presupuesto habitual gracias a una financiación compartida con Alemania, donde se rodó la película. «Tuvimos esa suerte porque a los alemanes les gustaba mucho la idea, e incluso se sentían halagados de que un francés quisiera rodar algo así, desde el lado de ellos. Están acostumbrados a ser siempre los malos, los nazis». Por supuesto, a él no se le escapan las resonancias políticas que esta historia de entendimiento entre un francés y una alemana adquiere en el año 2016, definiendo su película como «europeísta». «No hay que olvidar que la Unión Europea fue creada por Francia y Alemania, los dos grandes países del continente, para evitar que otro conflicto de estas características se repitiese, y sí pensé que podía haber ecos con lo que está ocurriendo hoy día: el ascenso de los nacionalismos, el resurgimiento del miedo al extranjero… También me interesaba mostrar cómo dos pueblos diferentes y rivales podían encontrar un nexo de unión a través de la cultura. Aquí, por ejemplo, con las referencias a Manet o a Verlaine».
QUIERO SER UNA CHICA OZON
La jovencísima Paula Beer es la protagonista de esta película, en lo que Ozon relata como un flechazo instantáneo. «Le dije a la directora de casting, medio en broma, que me buscara a alguien como Romy Schneider. Y un día me encuentro con Paula Beer, impecable, fantástica. ¡Pero morena! Pierre Niney [su compañero de reparto] también lo era, y por eso prefería que la actriz fuese rubia, pero probamos a teñirla y no funcionaba. Finalmente me rendí, era la persona ideal para el papel». Con tan solo 21 años, Beer se une a la larga lista de figuras femeninas que han poblado la obra del director hasta la fecha. «Ciertamente me interesan más los personajes femeninos, tengo la impresión de que reflexionan más que los hombres, de quienes se espera una actitud más dinámica, de acción. También es más habitual encontrar a mujeres heridas que a hombres víctimas. Prefiero seguir a estos personajes que buscan un objetivo sin seguir un trayecto directo y claro, como sí seguiría un hombre, enfrentándose a más dificultades».
De sus constantes temáticas, el autor francés asegura sentirse «inconsciente». «Como todo el mundo, tengo obsesiones y las reflejo, no es algo deliberado. De hecho, solo me percato de ellas hablando con vosotros [los periodistas], por las preguntas que me hacéis». En su nueva película, un motivo sobre el que vuelve es el del duelo por la muerte del ser amado. «Es verdad que me interesa. En una de mis primeras películas, Bajo la arena [2000], contaba la historia de una mujer que no era capaz de superar la pérdida de su marido porque no sabía dónde estaba. En Frantz, quería narrar dos maneras de lidiar con una desaparición: por un lado, tampoco hay cadáver porque no han podido repatriarlo, y por otro, se ha manifestado un cuerpo diferente como producto de esta desaparición, el del soldado francés que viaja a conocer a Anna [el personaje de Paula Beer]. Es decir, se ha dado una suplantación».
Sobre una posible invitación a rodar en España, tras haberse basado en una obra de Juan Mayorga para hacer En la casa, Ozon tira balones fuera. «Hablo francés, inglés y alemán, así que puedo dirigir con soltura en esos idiomas, pero no sé nada de español, y me resulta muy extraño tener que comunicarme con los actores a través de intermediarios. Además… me parece que los actores y actrices españoles son como muy sexuales cuando actúan». En concreto, el cineasta se refiere muy particularmente a una impresión suya respecto a nuestro idioma: «Cuando oigo mis películas dobladas al español, me parece que no paran de hablar de sexo», asevera, entre las carcajadas de los periodistas. En conclusión: «¡Frantz va a quedar muy rara!». Por suerte para quienes compartan esta fobia erotizante del castellano, la película se ha estrenado también en versión original subtitulada.
(Publicada por Jaime Lorite en la Revista de Cine, Insertos)
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