Inch'Allah
Título original: Inch'Allah
Año: 2012
Duración: 101 min.
País: Canadá.
Director: Anaïs Barbeau-Lavalette.
Guión: Anaïs Barbeau-Lavalette.
Música: Lévon Minassian.
Fotografía: Philippe Lavalette.
Reparto:
Evelyne Brochu, Sabrina Ouazani, Sivan Levy, Yousef 'Joe' Sweid, Hammoudeh Alkarmi, Zorah Benali, Carlo Brandt, Marie-Thérèse Fortin, Ahmad Massad, Yoav Donat
Género: Drama.
Sinopsis:
Chloe (Evelyne Brochu) es una médica canadiense que vive en Jerusalén (Israel). Cada día viaja en autobús a Palestina, donde se encarga de la obstetricia en un ambulatorio improvisado en un campo de refugiados a las afueras de Ramala. De ese viaje diario de ida y vuelta, de los controles exhaustivos en la frontera, de la relación con sus amigos palestinos e israelíes, y de cómo todo ello va afectándole.
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En una de las escenas más significativas de Inch'Allah, Chloé sugiere a su amiga Rand que abandone su puesto de militar en Israel, a lo que ella responde “no se trata de algo que sencillamente se deje”. En aquel momento Chloé no puede comprenderla, pues ella tan solo es una joven ginecóloga recién iniciada no implicada en la causa. Pero el caso es que su alojamiento se encuentra en territorio israelita, siendo ella trabajadora voluntaria en un campo de refugiados palestino; de modo que para llegar a su trabajo debe cruzar diariamente el muro que separa ambos territorios. Y no se trata solamente de un asunto laboral, pues una de sus pacientes es al mismo tiempo una gran amiga suya, resultando del hecho que casi terminará por pasar más tiempo en territorio Palestino que en Israel.
Como es de esperar, Chloé empezará a sentir empatía hacía la causa palestina y a identificarse con su actitud reivindicativa, pero pronto chocará con un duro aprendizaje: identificarse con un conflicto no implica poder resolverlo.
Por lo que respecta a la amiga de Chloé, Ava es una joven en estado que vive con su madre y sus dos hermanos, uno adulto y el otro niño. Su marido está en la cárcel; por lo demás se trata de una familia como cualquier otra... salvo por la intensa nube de terror que planea por encima de su cotidianidad: en cualquier momento, un repentino conflicto militar mal resuelto puede poner fin a su existencia. Este es, de hecho, uno de los grandes logros de Anaïs Barbeau-Lavalette: la directora canadiense nos proporciona una magnífica reproducción del ambiente de inseguridad que se vive actualmente en Palestina, una situación de desigualdad social y nerviosismo constante en donde hasta la persona más pacifista puede terminar por convertir su cuerpo en una arma explosiva, temeroso de que otros le saquen una utilidad peor. Y lo más grave, como refleja la fantástica secuencia en que Chloé juega con los niños en un deteriorado vertedero (en realidad, el espacio que toca con el muro), es que no existe forma alguna de alejar a los niños del conflicto.
Chloé respira diariamente este ambiente de miedo e impotencia, esta angustiosa sensación de sentir que la vida de un pueblo se encuentra en manos ajenas. Su deseo de ayudar sin implicarse se ve obstaculizado por la triste realidad que la rodea, que parece convertir en cómplice a todo ser inactivo. Por eso es comprensible que en dicha situación uno acabe por creer que la única vía de escape sea el alzamiento armado. Y es el saber que en un contexto semejante cualquier persona actuaría de la misma forma lo que hace que la joven voluntaria caiga en una profunda crisis de identidad, pues de repente puede sentir cómo esta tendencia occidental de creerse capaz de solucionar todo conflicto ajeno es dinamitada en mil pedazos. En determinado momento Ava dice a Chloé tiernamente: “no eres superior a nosotros, no resolverás el conflicto”. En esto consiste precisamente la tesis de la película: en una lección de humildad para los occidentales que tiene como objetivo demostrar que, por desgracia, no todos los conflictos se solucionan fácilmente y mucho menos de manera diplomática.
La identificación con la causa, las acciones extremas que uno jura no hacer hasta encontrarse ante la situación y la pedantería occidental que pretende resolver los conflictos ajenos son los tres temas que trata Anaïs Barbeau-Lavalette con su interesantísima Inch'Allah. Y lo hace con toda humildad y siempre (por imposible que parezca) rehuyendo imponer su discurso. De hecho, su película se presenta ante nosotros como una fiel reproducción nada maniquea de una situación tan creíble como triste. Nos encontramos ante una bien empleada cámara en mano que captura lo justo para hacernos entender sin recrearse en la miseria pero también sin obviar la tragedia; una cámara que, por cierto, no necesita ayuda musical para expresarse. Como detalle interesante, es curioso cómo una película en la que jamás vemos un solo cadáver ni se nos muestra explícitamente ninguna situación violenta puede llegar a dibujar tan detalladamente la angustia de sus protagonistas. No me es nada difícil creer que en Palestina se viva un día a día muy parecido al que nos describe la prometedora cineasta Anaïs Barbeau-Lavalette.
Todos estos ingredientes los presenta Anaïs Barbeau-Lavalette, directora de numerosos documentales, con la crudeza de lo cotidiano, un día a día donde uno puede estar tomando un café en una terraza y al segundo ver volar a un niño por los aires. En ese clima asistimos a la evolución de esta joven, que pasa de ser una extranjera testigo de la guerra a una mujer a la que las circunstancias la obligan a implicarse más de lo que hubiera sido políticamente correcto.
La omnipresente doctora (Evelyne Brochu, que vimos en Café de Flore), cuyos primeros planos de enorme expresividad colman la pantalla, es el vehículo individual en que la autora fía la fuerza de su obra. La joven Chloe, faro castigado por el oleaje de todas las tormentas, entre sometidos y tiranos, amada y rechazada por quienes protege y estima a ambos lados del muro de hormigón, es seguida por una cámara tensa, nerviosa, en un tránsito permanente al/del inframundo de los oprimidos del que se sale con sangre en los zapatos, rabia en el corazón y suficiente valentía como para regresar e implicarse.
Inch’allah está bien escrita, las situaciones cotidianas que ilustran décadas de sufrimiento y opresión son eficaces, siendo un gran hallazgo ese vertedero de gran protagonismo en el film, al pie del muro que la producción reconstruyó junto a un campamento de refugiados en Jordania, de donde los desahuciados extraen el alivio de su indigencia, sin olvidar al pequeño superhéroe, encarnación minimizada de la rebeldía y el coraje que, a fuerza de insistir, deja un hálito de esperanza, capaz de abrir una brecha en su futuro.
Tráiler:
Calificación: 4 de 6.
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